México, hoy: gobierno y oposición
Impulsada por la rebelión electoral antineoliberal encabezada por AMLO y su partido en 2018, una forma simbólicamente distinta de concepción y ejercicio del poder político se instaló en Palacio Nacional apoyada por el predomino del partido del Presidente en el Legislativo federal. Los tiempos del gobierno dividido fueron sustituidos por el tiempo del gobierno cuasi-unificado. El oficialismo morenista logró, mediante diversas estrategias y tácticas —algunas de legalidad dudosa, otras de pragmática negociación política con partidos minúsculos como el PVEM, el PT y el PES—, traducir la coalición electoral “Juntos haremos historia” en una coalición legislativa que ha apoyado sistemáticamente las iniciativas presidenciales, mostrando un alto grado de disciplina partidaria en las votaciones parlamentarias. Ello no obstante, en las elecciones federales intermedias de 2021, el obradorismo no alcanzó su objetivo estratégico: controlar las dos terceras partes de la Cámara de Diputados para obtener una mayoría calificada y asegurar el éxito de sus iniciativas durante la segunda mitad de su mandato (2021-2024).
En estos años, las protestas, los bloqueos y las movilizaciones callejeras se han mantenido e incluso incrementado durante los años de la “nueva” transición (o ciclo, o etapa) política mexicana. Como ha sugerido el antropólogo Claudio Lomnitz, esas movilizaciones son producto de un doble desplazamiento de carácter estructural: por un lado, las reformas económicas de clara orientación neoliberal experimentadas entre 1989 y 2018, y por otro las reformas político-electorales ocurridas durante el mismo período. Fue una clásica transición bifronte: una fue económica, la otra política. Ambas, sin embargo, confluyeron en un mismo resultado: la desarticulación/desmantelamiento de un sistema de gestión política y corporativa de los asuntos económicos y políticos. Las nuevas reglas de la economía de mercado y las nuevas reglas de la competencia política desmontaron las bases de la obediencia política del viejo régimen basada en un extenso sistema formal o fáctcio de intremediaciones políticas, y a los comportamientos asociados a la economía mixta correspondientes a la lógica de dominación de un sistema de partido hegemónico (PRI).
A lo largo de esos años, la oposición política liderada por López Obrador fue alimentándose de las pequeñas y grandes fracturas de los partidos “transicionistas” (PRI/PAN/PRD), pero también del malestar social provocado por la desigualdad, la corrupción, la pobreza y el hartazgo. Visto a la distancia, el antiguo orden político posrevolucionario experimentó un largo proceso de desprendimiento y fragmentación de los mecanismos de cohesión y negociación de los intereses en disputa. Algunas franjas de las organizaciones corporativas tradicionales, sindicatos y grupos locales se fueron sumando a las filas del obradorismo, cuya retórica captó muy bien las causas del malestar en dos frases emblemáticas: “corrupción” y “mafias del poder”.
Instalad o como oficialismo político, el obradori smo cambió los términos del código gobierno/oposición. El fortalecimiento del liderazago presidencial, la activación de sus poderes constitucionales y meta-constitucionales, el apoyo de un partido político disciplinado que apoya sin reservas las iniciativas presidenciales, conjuntamente con una tercia de partidos aliados, le ha permitido al obradorismo ejercer un poder que resalta claramente en el contexto de una oposición política débil, frecuentemente confundida y desarticulada. Ese giro en la política nacional configuró la hechura de una nueva élite gobernante cohesionada por el poder presidencial, que coexiste con las élites dirigentes y de poder económico que surgieron a lo largo de los últimos treinta años, y que de manera pragmática han negociado sus intereses en el proyecto de la “Cuarta Transformación Nacional”.
Las claves de la oposición
La oposición política al oficialismo obradorista se ha configurado en torno a cuatro partidos principales: PRI, PAN, PRD y MC. Los tres últimos partidos construyeron en 2018 una alianza electoral (“Por México al frente”) orientada a disminuir o contrarestar los apoyos a MORENA y sus aliados, tanto a nivel federal como en las escalas estatales y municipales. Para las elecciones de 2021, el PRI se sumó a la alianza “Va por México” junto con el PAN y el PRD. Sin embargo, MC, decidió mantenerse desde 2020 como partido sin alianzas en los comicios electorales federales, aunque ha mantenido coaliciones en algunas elecciones estatales y municipales.
Estas oposiciones no fueron suficientes para alcanzar la mayoría relativa en la Cámara de Diputados en las elecciones del 2021, pero sí para impedir que el oficialismo alcanzara la mayoría calificada que había conquistado mediante diversas maniobras en 2018.