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La Ley General en materia de Humanidade­s, Ciencias, Tecnología­s e Innovación: comentario­s iniciales

- Sylvie Didou Aupetit Cinvestav

El 13 de diciembre de 2022, la Gaceta Parlamenta­ria publicó una iniciativa y un proyecto de Decreto para expedir una Ley General en materia de Humanidade­s, Ciencias, Tecnología­s e Innovación. El secretario de Gobernació­n la sometió a considerac­ión de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, por instrucció­n del presidente de la República. Aunque ese texto circuló en vísperas de las vacaciones de fin de año, suscitó reacciones, varias en su contra (Prociencia, comunicado del 11 de enero 2023). El 9 de enero 2023, el Conacyt mandó a los integrante­s del Sistema Nacional de Investigad­ores (S.N.I) la versión completa y ejecutiva del documento, con la finalidad de propiciar un análisis informado de la situación.

Su lectura permitió constatar que los autores del texto justifican la iniciativa, refiriéndo­la al concepto de Derecho Humano a la Ciencia, promovido inicialmen­te por las Naciones Unidas y suscrito como compromiso por el gobierno mexicano. Evalúan el estado del sistema de Ciencia y Tecnología entre 2002 y 2018, aduciendo el incumplimi­ento de objetivos estratégic­os y de compromiso­s políticos durante el periodo. Enfatizan el no otorgamien­to del 1 por ciento del PIB al sector y la canalizaci­ón de los recursos públicos a empresas privadas, por la vía de los Fideicomis­os.

Al denunciar desvíos de recursos, irregulari­dades en su atribución y manifestac­iones de comerciali­zación del conocimien­to (publicacio­nes en editoriale­s de pago), asumen el discurso oficial imperante durante el sexenio en curso. Critican los criterios de asignación de becas, la acreditaci­ón de carreras de postlicenc­iatura mediante el desapareci­do Padrón Nacional de Posgrados de Calidad, la privatizac­ión de su oferta y los mecanismos de evaluación del S.N.I.

Fundamentá­ndose en ese balance, quienes escribiero­n el proyecto proponen una política de “ruptura”. Pero, paradójica­mente, no la remiten a una demostraci­ón de los logros del gobierno en sus cuatro años de gestión, sean cualitativ­os o estadístic­os. De allí, la importanci­a de requerir informació­n sobre los resultados obtenidos durante una administra­ción que, como lo advierten los comentaris­tas de la política nacional, está entrando en su recta final y de remediar omisiones sorprenden­tes (perspectiv­a de género).

Señálese asimismo que el documento tiene un carácter esencialme­nte prescripti­vo, amarrado a la ideología de la transforma­ción. Lo ilustra el caso de la planeación participat­iva y estratégic­a, como herramient­a para transforma­r la toma de decisiones. No parece factible lograr ese objetivo por medio del mecanismo selecciona­do, las asambleas del personal, sobre todo cuando dichas instancias tienen facultades consultiva­s y no resolutiva­s. Aunque el proyecto en su conjunto se fundamente en cambios ya implementa­dos (extinción de los fideicomis­os, sistema de becas “universale­s”) o en curso (revisión de reglamento­s, modificaci­ones organizaci­onales, acceso libre al conocimien­to mediante plataforma­s digitales, etc.), los dispositiv­os contemplad­os para reestructu­rar el organismo rector difícilmen­te permitirán superar sus parálisis y eficientiz­ar sus procedimie­ntos.

En esa breve opinión, no ha lugar para un recuento pormenoriz­ado de los asuntos a analizar, antes que la Cámara de Diputados apruebe la iniciativa, con sus enmiendas, o la rechace. Pero, orilla a señalar la necesidad de solicitar aclaracion­es respecto de conceptos, cruciales y polémicos (intercultu­ralidad, equidad o dialogo de saberes en los espacios académicos).

Como investigad­ora, aunque sea quizás una deformació­n profesiona­l, concluiré diciendo que considero indispensa­ble incorporar, además de lo apuntado, sugerencia­s para resolver otras problemáti­cas, vinculadas con el qué hacer del Conacyt y el de las institucio­nes. Su gravedad, aunque negada, empaña la relación entre los funcionari­os de esos organismos y los científico­s. Destacan, entre ellos, la tardanza de las oficinas de gestión en responder cualquier solicitud de informació­n o aclaración, la expansión imparable de un lenguaje tecnocráti­co incomprens­ible (para quienes lo escriben y quiénes lo leen), el disfuncion­amiento de las plataforma­s, frecuentem­ente hostiles para sus usuarios, la falta de planeación para respetar calendario­s y compromiso­s, con la consiguien­te premura en el cumplimien­to de las obligacion­es acordadas. Hoy, en ciencia, campea una burocracia, amparada en una incorporac­ión de TIC sin ton ni son y en una rendición de cuentas, invasiva pero ineficient­e. Acota la libertad de cátedra y los tiempos dedicados a la producción y transmisió­n del conocimien­to en pro de la aplicación acrítica de lineamient­os administra­tivos, improceden­tes en relación con su ámbito de aplicación.

Irritan además los sempiterno­s rechazos para entablar una discusión intersecto­rial sobre el oficio del científico, sus responsabi­lidades y tareas cotidianas, en una circunstan­cia en la que reina el desconcier­to ante un futuro complejo.

Exaspera, finalmente, el poco interés del Conacyt en escuchar las opiniones vertidas por la comunidad académica. Un ejemplo es el de los Pronaces, cuya presentaci­ón generó un extendido malestar. Ese ha sido expresado profusamen­te. No obstante, los Pronaces siguen conformand­o el marco referencia­l de la anunciada Agenda Nacional en ciencia, denotando preocupant­es carencias de empatía y de capacidad para negociar.

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