Futuro con figuras: prospectivas en educación superior
Una comedia siciliana (Gallo Nero, España, 2016) es un pequeño libro donde se reúnen varios relatos del gran narrador italiano Leonardo Sciascia escritos entre 1947 y 1975. Se trata de brevísimos ejercicios literarios cuidadosamente tallados a mano, en los cuales fluye la descripción de personajes, ambientes y recuerdos enmarcados en el contexto de la vida de dos pueblos del sur de Sicilia (Catania y Palermo), que configuran las paradójicas dimensiones públicas, privadas y secretas de sus habitantes, paisajes y relaciones. Uno de esos relatos (“Pueblo con figuras”), es una estampa de recuerdos que se desenvuelven entre la estupidez instantánea y el humor involuntario, la imaginación desbordada y las esperanzas de “personajes en busca de autor”, que relatan historias de “felices invenciones”.
La maestría de Sciascia se concentra en el pasado y el presente de figuras en contextos específicos, pero ofrece pistas para imaginar el futuro. Y en México, y en el mundo, la imaginación sobre futuros posibles se adueña en ocasiones de los humores públicos y privados. En el campo de la educación superior, la ansiedad por el porvenir se nutre de fuentes diversas: la insatisfacción con el presente, cierta nostalgia épica sobre pasados difusos, cálculos políticos de actores interesados, el diseño de políticas, la organización de acciones institucionales e individuales, preocupaciones por los escenarios que podrían enfrentar las nuevas generaciones estudiantiles, las incertidumbres causadas por la influencia de factores globales. Esto ha dado lugar a distintos ejercicios de prospectiva dirigidos, de alguna manera, a tratar de gobernar el futuro.
Desde esta perspectiva, el futuro de la educación superior es un tiempo y un lugar imaginario que se puede desarrollar en distintos escenarios, donde coexisten personajes, instituciones y contextos. Esos escenarios se configuran por fuerzas diversas: las herencias del pasado, las decisiones (o nodecisiones) del presente, el cálculo racional, la voluntad política, los recursos invertidos o las capacidades institucionales, pero también influyen de manera significativa los juegos del azar y el óxido de las incertidumbres. Estos factores pesan en la hechura de los escenarios futuros, y sus combinaciones dependen de las lógicas que gobiernan los comportamientos de los actores involucrados.
Se pueden identificar o imaginar distintos escenarios tipos de futuros: catastróficos o luminosos; utópicos o distópicos; tendenciales o disruptivos; posibles o deseables. Estos escenarios suelen ser pensados como referentes de ejercicios prospectivos más o menos sofisticados que, en ocasiones, se registran en decretos, leyes, ordenamientos normativos de distintas escalas, planes y programas de gobierno, declaraciones políticas, o en el extraño lenguaje de la planeación estratégica que se puso de moda desde finales del siglo pasado (“visión”, “misión”, “fortalezas”, “debilidades”, “incentivos”, etc.).
Más allá de las formas, contenidos y utilidad de estos ejercicios prospectivos sobre la educación superior, es posible imaginar una suerte de “futuro con figuras”, parafraseando la pequeña historia de Sciascia. Imaginemos un escenario situado, digamos, hacia el año 2050. Sus personajes principales son, como siempre, los funcionarios gubernamentales, los políticos profesionales, los directivos, estudiantes y profesores de los campus universitarios y no universitarios. El contexto importa: a mitad del siglo se ha cumplido la meta del acceso universal a la educación terciaria, donde 7 de cada 10 jóvenes en edad correspondiente logran ingresar a alguna institución de educación superior pública o privada. Sin embargo, persisten los viejos problemas de empleabilidad y de calidad en la formación profesional que se detectaron desde comienzos del siglo XXI.