Sobrevivirán los chismosos
Sin meterme en los deleznables chismes de ciertos personajes de la televisión, que han proliferado por absolutamente todos los medios, quiero decir que me parece trágico lo poco que hemos aprendido respecto a las personas que trabajan en los medios de comunicación y los medios mismos.
Alguna vez, investigando para mi primer libro, hablé con varios estudiosos en universidades de alto calibre respecto al chisme como fenómeno antropológico. Resulta que hay muchas corrientes de pensamiento que están convencidas que por naturaleza los seres humanos que hemos sobrevivido la selección natural en la carrera evolutiva somos los que tenemos y hemos heredado los genes que nos incitaban a la curiosidad y el deseo de saber todo sobre lo y los demás. Todo esto no viene de un impulso de entretenernos, según estas teorías, sino desde los tiempos prehistóricos donde los que tenían información eran los que sobrevivían. Información respecto a dónde y cómo estarían los animales que nos podrían comer o nos comeríamos, pero aun más relevante: quién estaba haciendo qué con quién. No eran tiempos de moralidad judeocristiana aún. Simplemente era una cuestión de saber quién el era el macho que iba a proteger mejor y cuál era la mujer que tenía mejores talentos reproductivos. Ya sé, las feministas – yo incluida --, estamos con los pelos de punta simplemente por leer esto. Pero tiene sentido. Sobrevivieron los que desarrollaron ese gen y esos son nuestros ancestros. Nuestra naturaleza. Nuestra ventaja y maldición. Ahora demos un brinco cuántico a la era en la que la gente se entretiene masivamente con las vidas de personas que no conocen, pero sienten que sí porque las ven a través de una pantalla. Y piensen cuántas de estas personas en las pantallas han aprovechado esa naturaleza genética que ya es tan útil como un apéndice, pero sigue dictando tantos de nuestros comportamientos. Por lo tanto, la industria del chisme: de la venta de notas, desnudos, del clickbait y del hablar cosas que lastiman a terceras personas, en muchos casos inocentes, está a todo lo que da. Como si aun tuviéramos que saber que está haciendo con su vida privada un conductor de televisión para decidir si es la persona con la que querríamos procrear nuestro clan.
La inteligencia supera este instinto, pero no necesariamente le quita el placer, por lo tanto, el potencial de ser negocio. Y sí, también esta comprobado neurológicamente que los receptores de placer en nuestro cerebro se iluminan cuando consumimos este tipo de información. Así como con ciertas drogas.
La gente que suele leer, pensar, dialogar, aprender, y usa su cerebro de otra manera quizás sea la minoría, pero es a la que le podemos agradecer grandes producciones, libros, ideas y básicamente la menor esperanza de salir de la ignorancia. No, ya no nos está persiguiendo el mamut. El tipo de información que necesitamos para salir del hoyo no está ya en el chisme. No digo que no sea divertido. Lo es. Ni siquiera me meto con el tema moral. Solo sé que nos da para más que estar adivinando la sexualidad de alguien o si los extranjeros son nuestro peor problema (ese discurso lo hemos estado escuchando tristemente, para files terribles, demasiado, últimamente).
La industria del chisme: de la venta de notas, de hablar cosas que lastiman está a todo lo que da