Lamanode Dios y AMLO
Carmen Aristegui, Guillermo Sheridan y Juan Villoro, entre otros que escriben en la prensa y/o tienen plataformas en otros medios, además de muchos más en las benditas redes, están preocupados por el giro tendencioso del presidente Andrés Manuel López Obrador favoreciendo a grupos religiosos autonombrados cristianos, dato en sí mismo preocupante, porque implica la descalificación de otras iglesias cristianas como tales, como es el caso de la Iglesia católica, la de Cristianos Ortodoxos, los Coptos y otros.
En varios actos oficiales el Presidente se ha acompañado de ministros, pastores, incluso apóstoles, además de haber realizado una ceremonia de investidura en pleno Zócalo, supuestamente de las comunidades originarias.
Efectivamente el ciudadano Andrés Manuel López Obrador tiene todo el derecho de practicar o no cualquier religión, lo que no es conveniente es que esas prácticas las haga en su calidad de Presidente de una República laica.
Entiendo en cierta medida el tema de las minorías religiosas en México, dado que mi familia paterna pertenecía a la Iglesia Episcopal Presbiteriana, cuya catedral original tenía un templo en la calle de Mesones, según parece cedido por el presidente Benito Juárez. En ese templo se casaron mis padres, fuimos bautizados mis hermanos y yo, además de casi todos mis tíos, primos y creo que incluso mis abuelos paternos.
En mi infancia padecí ciertas conductas discriminatorias en mi barrio y en la escuela primaria. Tengo en mi memoria el día que nuestro maestro de sexto año, un liberal de nombre Arturo Caballero, en el muy lejano 1957, preguntó en el salón quiénes querían realizar una ceremonia católica por el fin del ciclo de primaria. Dejó claro que sería al margen de la escuela; sin embargo, pidió que levantasen la mano los que participarían en la Misa de Graduación, de los 34 o 35 alumnos, el único que no levantó la mano fui yo. Todos me miraron como si fuera marciano.
Al salir de la escuela varios niños me hicieron burla y algunos me persiguieron con piedras en la mano gritándome insultos, por fortuna camino a mi casa pude refugiarme en la casa de mis tíos situada a unos 50 metros del Árbol de la Noche Triste, ese mismo nombre lo tenía mi escuela.
En 1988, treinta y un años después, visité la casa de Andrés Manuel López Obrador en Villahermosa, después de un mitin de apoyo a su primer candidatura para gobernar Tabasco. Al entrar a esa casa modesta, algo percibí, ahora considero que fue la ausencia de imágenes religiosas y me hizo pensar que Andrés Manuel era protestante, lo que me daba un cierto punto de identificación con él. Eso mismo me sucedió con Carlos Monsiváis, Eliezer Morales y otros amigos muy queridos.
Precisamente por haber padecido persecución por venir de una minoría religiosa, es que siempre he defendido el carácter laico del Estado, de la educación y de todo lo público.
El apoyo a AMLO del Partido Encuentro Social, la presencia en varios actos de su campaña del llamado apóstol de La Luz del Mundo, Naasón Joaquín García y de Antonio Farela quien habló en su mitin de Tijuana a nombre de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas y Evangélicas (Confraternice), son contrarios al Estado laico. El Presidente debe respetarlo.