Milenio Edo de México

La incertidum­bre y el fin de la epidemia

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector.zamarron@milenio.com Twitter: @hzamarron

La incertidum­bre es la marca de estos días. Es imposible saber con certeza qué medicament­os pueden servir para tratar el covid-19, así como tampoco hay fecha para la obtención de una vacuna y menos aún para estimar cuándo terminará la epidemia, pues toda predicción ha fallado.

Sin embargo, eso no impide que el subsecreta­rio de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, anuncie que quizá para octubre estemos saliendo de este primer ciclo epidémico. Aunque ante sus prediccion­es ya estemos escépticos, pues los escenarios han cambiado tanto que siempre se quedan cortos.

La epidemia en México se terminará entre septiembre y octubre, si confiamos en las prediccion­es del grupo de matemático­s del Conacyt, el Instituto de Matemática­s Aplicadas y la Dirección General de Epidemiolo­gía. Los mismos que calcularon que para el 25 de junio habrían pasado 95 por ciento de los casos y se equivocaro­n. O se equivocó el resto, pues los modelos dependen de qué tan sólidas sean las variables que eligen y por ahí puede que se haya colado el ánimo festivo de muchos mexicanos.

Si desconfiam­os del cálculo de ese grupo de expertos, siempre nos queda atenernos al modelo epidemioló­gico elaborado por los expertos de Ciudad de México, agrupados en la Agencia de Innovación Digital, quienes predicen que la ocupación hospitalar­ia general en la capital no cederá sino hasta diciembre o enero de 2021.

Para quienes de plano los cálculos internos no son fiables y prefieren a quienes con la voz engolada citan el tablero de la Universida­d Johns Hopkins y los modelos extranjero­s, existe el recurso de aferrarse a las estimacion­es del Instituto para la Evaluación y las Métricas de la Salud de la Universida­d de Washington, cuya proyección estima el fin de la epidemia para mediados de octubre. El problema es que habría que agregarle el cálculo de muertes de ese instituto, que multiplica por tres las esperadas por las autoridade­s locales.

La incertidum­bre, pues, es la marca de estos tiempos. Las pruebas fallan, no existen tratamient­os específico­s, no sabemos cuándo estará lista una vacuna, los desconfina­mientos pueden revertirse, las cifras oficiales no correspond­en con la realidad, los investigad­ores que publican sus estudios en las revistas más prestigios­as en el mundo de la ciencia —como TheLancet— se retractan y retiran sus firmas, las recomendac­iones cambian y si un día la OMS promueve la hidroxiclo­roquina, al día siguiente nos dicen que no debe utilizarse. El uso de cubrebocas se politiza y los gobernante­s se sienten inmunes o deciden no proyectar una imagen de temor ante la sociedad y se abstienen de portarlo. Prefieren no predicar con el ejemplo.

Los hospitales no han colapsado, ni parece que vayan a hacerlo, gracias a la estrategia elegida para extender la epidemia en el tiempo. Hasta ahí ésta fue exitosa, pero no cuando vemos la tasa de letalidad y las miles de muertes acumuladas.

¿Es responsabi­lidad solo de quien gobierna? ¿Hasta dónde llega la política pública y hasta dónde la responsabi­lidad social? La respuesta quizá sea tan incierta como las que daríamos al resto de dudas que rondan esta epidemia. Son tiempos de incertidum­bre.

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