Volvemos a la vida, con todo y muertos
Los humanos no estamos hechos para vivir enclaustrados entre cuatro paredes. La vida está afuera, con los otros, en ese gran escenario del exterior donde acontecen las cosas. De pronto, los gobiernos del mundo nos quitaron precisamente esa libertad, ladean dar despreocupadamente por las calles. Algunos adoptaron medidas muy se veras —intervenciones policiacas y fuertes multas— para obligar a la gente a permanecer en casa y otros se limitaron a difundir simples recomendaciones.
Por cierto, esos entes gubernamentales son precisamente los que han asumido, mal que bien, la responsabilidad de ofrecernos cuidados médicos si enfermamos y son también los que intervienen para asistirnos cuando tienen lugar grandes catástrofes naturales. En circunstancias como las que atravesamos —y en un desenlace, digamos, de abierta desobediencia ciudadana— ¿qué tan dispuestos estaríamos a seguir desafiando las recomendaciones del Estado si se nos hiciera la advertencia de que ya no contaríamos con sus auxilios precisamente por no haber acatado sus advertencias?
Nos encontramos, literalmente, entre la espada y la pared. Es evidente que la primera preocupación de los responsables políticos es evitar la muerte de decenas de miles de seres humanos. La perspectiva de un entorno en el que los cadáveres comienzan a acumularse en las calles o el simple panorama de hospitales saturados —sin camas ni respiradores disponibles— es también estremecedora.
Pero el parón puro y simple de la actividad económica tiene también un costo altísimo. Y no solo las poblaciones comienzan a hartarse del encierro, sino que la viabilidad misma de nuestras sociedades se está viendo comprometida. De tal manera, pareciera que ha sido tomada, en los hechos, una decisión: volver a poner en marcha la gran maquinaria.
Los contagios aumentan y los muertos siguen estando ahí, en las morgues y en las funerarias. Pero estamos ya retornando a la llamada “nueva normalidad” (nueva realidad, tendríamos más bien que decir, una cotidianidad hecha de fastidiosas disposiciones).
Ante tan tremenda disyuntiva, hemos terminado por atender el llamado de la vida, así sea que tengamos que pagarle una cuota a la muerte. Y, pues sí, no estamos hechos para vegetar entre cuatro paredes.
Nos encontramos, literalmente, entre la espada y la pared