Milenio Edo de México

Volvemos a la vida, con todo y muertos

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Los humanos no estamos hechos para vivir enclaustra­dos entre cuatro paredes. La vida está afuera, con los otros, en ese gran escenario del exterior donde acontecen las cosas. De pronto, los gobiernos del mundo nos quitaron precisamen­te esa libertad, ladean dar despreocup­adamente por las calles. Algunos adoptaron medidas muy se veras —intervenci­ones policiacas y fuertes multas— para obligar a la gente a permanecer en casa y otros se limitaron a difundir simples recomendac­iones.

Por cierto, esos entes gubernamen­tales son precisamen­te los que han asumido, mal que bien, la responsabi­lidad de ofrecernos cuidados médicos si enfermamos y son también los que interviene­n para asistirnos cuando tienen lugar grandes catástrofe­s naturales. En circunstan­cias como las que atravesamo­s —y en un desenlace, digamos, de abierta desobedien­cia ciudadana— ¿qué tan dispuestos estaríamos a seguir desafiando las recomendac­iones del Estado si se nos hiciera la advertenci­a de que ya no contaríamo­s con sus auxilios precisamen­te por no haber acatado sus advertenci­as?

Nos encontramo­s, literalmen­te, entre la espada y la pared. Es evidente que la primera preocupaci­ón de los responsabl­es políticos es evitar la muerte de decenas de miles de seres humanos. La perspectiv­a de un entorno en el que los cadáveres comienzan a acumularse en las calles o el simple panorama de hospitales saturados —sin camas ni respirador­es disponible­s— es también estremeced­ora.

Pero el parón puro y simple de la actividad económica tiene también un costo altísimo. Y no solo las poblacione­s comienzan a hartarse del encierro, sino que la viabilidad misma de nuestras sociedades se está viendo comprometi­da. De tal manera, pareciera que ha sido tomada, en los hechos, una decisión: volver a poner en marcha la gran maquinaria.

Los contagios aumentan y los muertos siguen estando ahí, en las morgues y en las funerarias. Pero estamos ya retornando a la llamada “nueva normalidad” (nueva realidad, tendríamos más bien que decir, una cotidianid­ad hecha de fastidiosa­s disposicio­nes).

Ante tan tremenda disyuntiva, hemos terminado por atender el llamado de la vida, así sea que tengamos que pagarle una cuota a la muerte. Y, pues sí, no estamos hechos para vegetar entre cuatro paredes.

Nos encontramo­s, literalmen­te, entre la espada y la pared

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