El ocultamiento
La nuestra es la historia del ocultamiento. Éste es el país que amaestró ver con ojos ciegos. Si se reconoció la violencia fue a contracorriente y por la imposibilidad de ocultar saldos que muchos eliminaron de sus angustias. Aún no conocemos el gobierno que los haga propios. Sin importar el método para medir la dimensión nacional de la pandemia, no tenemos derecho de actuar con las víctimas de la enfermad de esa misma manera. Nadie con un mínimo de decencia se atrevería a sugerir un asomo de éxito al rondar los treinta mil muertos.
La enfermedad, mayor urgencia a dos años de su triunfo electoral, debió enseñarle al gobierno mexicano que no se puede ser dueño de la historia. En Palacio Nacional están quienes pelearon por el poder y adoptaron el más nocivo: la capacidad para alejarse de la realidad. Una izquierda poblada de apariencias decía buscar igualdad y en sus acciones igualó los privilegios de sus antecesores. Fue la violencia, la corrupción y la frivolidad. El amor por los bienes raíces. Es la pandemia de esta época y su banalización con cinismo domador. La ausencia de costo político sigue siendo regla frente a la mentira, la propensión a lo injustificable y la incoherencia.
Si la muerte no se contiene quiénes serán los responsables. La estructura política mexicana permite repetir en los discursos que los muertos no son un número y tratarlos como tal. En el México de la pandemia, la atención política que se le da a la muerte es una suma diaria. Demasiados han perdido ingresos sin siquiera el respeto del reconocimiento.
Se mantiene la ambigüedad de una negación que tantea lo que niega. Ante la enfermedad, el entusiasmo presidencial se escuda en un saldo imaginario. Lo que pudo haber ocurrido desplaza lo que está ocurriendo.
Las justificaciones de gobiernos previos encuentran paralelos con la elección de parámetros que eluden una condición fúnebre: México siempre apuesta por no saber dónde está. Cada gobierno elige qué ver de la desgracia.
¿Cuántos muertos necesitamos para admitir que no estamos en un buen lugar?
El Presidente insiste en ser parte de la historia sin entender los procesos de su construcción. Olvida que la historia también puede ser mediocre.
¿Cuántos muertos necesitamos para admitir que no estamos en un buen lugar?