Hacer enemigos
Elargumento está en Nathaniel Hawthorne, lo recopiló Borges el mago en su enumeración de temas pintorescos y lo utilizó E. M.
Forster para un personaje central de su catedralicia novela PasajealaIndia, el doctor Aziz: se trata de aquel incontrolable deseo de ganarse un enemigo para toda la vida.
Así como la melancolía conduce a la poesía, el carácter va construyendo el destino personal. Y Aziz no resiste cabalgar junto al caballo de un conocido que mal sabe montar para desbocarlo. El otro lo odiará a partir de ahora. Lo irreparable está compuesto de gestos pequeños, de palabras latigazo, acciones precipitadas, maloras, reafirmaciones yoicas. Los antiguos dirían: compuesto de impulsos.
Los sabios no tienen impulsos porque de lo que hacen no esperan resultado, sus acciones son sin intención. Los santos tampoco, pues se amparan en su dios para vaciarse de todo egoísmo. Los eruditos menos, son librescos del todo. Pero la gente común, en cambio, vivimos en ellos.
El demonio de las pequeñas cosas —el carácter es una suma de mínimos— sopla al oído del impulsivo y lo lleva sin control en una embriaguez que derivará en la cruda de una simpatía pérdida. La fábula de la hormiga y la cigarra es una versión sobre los opuestos: el impulso que dilapida, la discreción que acumula. Toda discreción es el control del impulso.
Entonces Aziz, el médico hindú musulmán en la India conquistada por la pérfida Albión, no se resiste a la satisfacción inmediata del deseo: predominar sobre el otro. Luego habrá un enemigo más en su cuenta, remordimientos en su conciencia y una acción innecesaria. No gratuita sino impulsiva. No espontánea sino inútil. Eso no le quita encanto humano a Aziz, solamente dificultará su camino.
Peripecia y reconocimiento son las partes de una historia. Al final, el médico hindú habrá pagado todos sus impulsos.
El demonio de las pequeñas cosas sopla al oído del impulsivo y lo lleva sin control en una embriaguez