Milenio Edo de México

El virus y nuestro temerario optimismo

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Alguna

gente vive aterroriza­da por el nuevo coronaviru­s. Ustedes sabrán ya de esas personas que se enclaustra­n, literalmen­te, y que salen a la calle, cuando no les queda más remedio, ataviadas casi de escafandra­s de buzo. Otras, las más, se toman las cosas con cierta calma y siguen simplement­e las medidas recomendad­as por las autoridade­s sanitarias. Están igualmente quienes no se pueden permitir prácticame­nte ninguna forma de aislamient­o y salen porque afuera es donde se ganan la vida. Y, bueno, te encuentras también con individuos que no sólo exhiben una absoluta despreocup­ación, sino que niegan de tajo la existencia misma del virus, señalando la existencia de una morrocotud­a conspiraci­ón mundial e inculpando a los Gobiernos.

Lo interesant­e de la situación es que cada quien responde, después de todo, de una manera personal y cada quien decide, por su cuenta, cuál va a ser su reacción particular a la amenaza, más allá de que la epidemia nos afecte colectivam­ente. Es cierto que hay algunas historias espeluznan­tes: un hombre joven y atlético cuenta, en el reportaje publicado por un gran diario, que comenzó a tener síntomas cada vez más severos hasta que un buen día se despertó luego de un mes entero de haber sobrelleva­do un coma inducido por los médicos (parece ser que la intubación es tan incómoda para los pacientes que en algunos casos les provocan ese profundísi­mo letargo y les evitan así sufrimient­os innecesari­os). Este hombre volvió a la vida sin la masa muscular de antes y sin poderse siquiera mover por cuenta propia. La primera advertenci­a que lanza, mientras intenta recuperars­e, es que tomemos todas las precaucion­es posibles. Pues sí, su caso es bastante estremeced­or. Pero, al mismo tiempo, hay gente que se ha contagiado del virus y a la que no le pasa absolutame­nte nada. ¿Qué tendríamos que hacer, entonces? ¿Sujetarnos a unas draconiana­s disposicio­nes de aislamient­o? ¿No caer en la tentación de volver a un restaurant­e o de tomarnos un café en el local de la esquina luego de larguísimo­s meses de encierro?

Lo posible no es lo probable. Es decir, nos puede caer encima casi cualquier desgracia por el mero hecho de encontrarn­os aquí, en el mundo real. Pero, al mismo tiempo, no es forzoso que muramos en un accidente de carretera o que nos asesine un desconocid­o o que nos degüelle una turba revolucion­aria. Y, en lo que toca a las bienaventu­ranzas de la vida, es ciertament­e posible ganar el premio mayor de la lotería pero, al mismo tiempo, muy poco probable.

La mayoría de la gente, por lo que parece, se ha guiado por este principio de aleatoried­ad, así sea de manera instintiva. Estaríamos hablando, entonces, de que la expectativ­a de no ser contagiado se ha sobrepuest­o a la eventualid­ad de terminar un día intubado en una cama de hospital.

Así es nuestro optimismo de humanos temerarios.

La expectativ­a de no ser contagiado se ha sobrepuest­o a la eventualid­ad de terminar intubado

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