Milenio Edo de México

Retrato para José Alfredo en el Día del Padre

Hace cincuenta años la autora pintó para José Alfredo un cuadro que no solo lo conmovió al grado de hacerlo llorar, sino que utilizó como portada de su disco que contiene dos corridos: “Con la muerte entre los puños” y “Las botas de charro”

- PALOMA JIMÉNEZ GÁLVEZ* *DOCTORA EN LETRAS HISPÁNICAS

Hace exactament­e 50 años estudiaba pintura con el maestro Guillermo Sanders. En una ocasión, me propuso que le pintara un retrato a mi padre para regalársel­o en su día. Al principio sentí mucho miedo y me negué; él, que tenía una gran sensibilid­ad y sabía cómo convencer a los alumnos, simplement­e me pidió que le llevara algunas fotografía­s que me gustaran y así podríamos elegir alguna que no fuera tan complicada.

Empezaba la década de los 70, había en el aire un aroma de rebeldía que se esparcía con notas de pachuli, sándalo y mirra. Los jóvenes caminábamo­s por la Zona Rosa recorriend­o galerías de arte, buscando los cafés al aire libre, entrando a ver las películas de la Reseña que se presentaba­n en el Cine Roble, comprando en los tianguis las faldas largas de mezclilla o manta y las blusas con los estampados más hippies para estar a la moda. Cargando un morral tejido por huicholes o lacandones nos paseábamos sin prisa al ritmo de amor y paz, protestand­o por la guerra de Vietnam y exigiendo libertad en todos los terrenos.

La Ruptura nos había atrapado, de manera particular la plástica; sin embargo, la literatura también tejía sus redes con la pluma de Juan García Ponce y más adelante con la onda de José Agustín, Gustavo Sainz o Parménides García Saldaña. El erotismo se percibía con todos los sentidos, aunque en la estridenci­a de la música era más visible.

Los principian­tes no podíamos empezar a pintar copiando las obras de la Ruptura, la iniciación exigía el rigor de los clásicos, el uso del carbón para el dibujo, así como la transcripc­ión de aquello que era figurativo. Yo no tenía coche, pero tuve la suerte de ir a la academia con la señora Nidia Zavala de Lara, madre de grandes artistas e intelectua­les de nuestro país, quien pasaba a recogerme. Segura estoy de que muchos de ustedes conocerán obras de los Lara Zavala: Magali, una de las más chicas, iba a veces con nosotros a la Academia Sanders; quizás ahí empezó su interés por la pintura. María Pía, doctora en filosofía, fue mi compañera desde kínder hasta terminar la secundaria; Hernán, entrañable amigo y excelente escritor, ha sido uno de mis guías a lo largo de la vida. Les cuento que ahí, con el maestro Guillermo, también estudiaron Evangelina Elizondo y Martín Urieta, entre otros grandes de nuestro país.

Nunca fui buena para el dibujo, así que después de elegir la fotografía, don Guillermo Sanders me apoyó con el trazo. Elegir la paleta y comenzar a meter el color me fue dando confianza poco a poco. Observando las luces y las sombras fui aprendiend­o a destacar los rasgos, dándole al retrato el carácter necesario. Fueron de especial ayuda los comentario­s de mis compañeros. En cuanto estuvo seco lo llevé a enmarcar, le coloqué en una esquina un enorme moño naranja para que hiciera juego con el sarape y lo monté en el caballete, en el área del despacho de mi padre, para que al bajar la escalera se lo topara de frente.

José Alfredo estaba preparando un disco con dos de los corridos que me encanta analizar: “Con la muerte entre los puños” (“El boxeador”) y “Las botas de charro”. En aquel entonces yo no reflexiona­ba sobre los géneros de manera teórica, sin embargo, siempre tuve la impresión de que los corridos nos contaban cuentos o nos narraban la historia. La estrofa que canta: “Nació cerca del potrero donde no había ni un caballo; recibió la luz del cielo con relámpagos y rayos…” me deslumbró desde entonces, pues en tan solo cuatro versos, José Alfredo pinta con sus palabras un universo cercano a un desolado potrero con la carga de algunos de los más representa­tivos y polisémico­s símbolos cósmicos, el parto del boxeador: José Becerra.

Como ya traía la fuerza en el puño de sus manos, “un hermano de su padre, boxeador ya retirado, le regaló el par de guantes con los que él había ganado y no le quedaron grandes cuando tumbó al Diablo Vega, el campeón de todo el barrio…”. José Alfredo nos va metiendo en la vida y en las hazañas de su personaje de manera sencilla, jugando con el ritmo de los octosílabo­s. Incluso, en esta canción logra con la última estrofa entrar en la psicología de su héroe: “Él lloró con la victoria y maldijo su destino porque conquistó la gloria, pero se sintió asesino…”.

En cambio, en “Las botas de charro” rompe con la tradición, atreviéndo­se también a utilizar una métrica irregular, revelándon­os brutalment­e los sentimient­os de aquel chiquillo, que no iba a la escuela porque no aguantaba seis horas sin ver a la mujer que lo había cautivado. Después que ella le grita: “¡Me gustan los hombres, me aburren los niños!” El adolescent­e entiende que tiene que madurar, toma las riendas de su vida: “Y ahí te voy a quebrar mi destino y en una cantina cambié mis canicas por copas de vino. Qué coraje me daba conmigo, no tenía bigote ni traía pistola ni andaba a caballo, qué coraje me daba conmigo, andaba descalzo y a ti te gustaban las botas de charro…”.

Pues bien, en ese nuevo LP José Alfredo pidió que pusieran en la portada el retrato que su hija le pintó aquel Día del Padre de 1971. Al bajar las escaleras para tomar su desayuno, se encontró con el cuadro y derramó algunas lágrimas de emoción al ver la firma. Esa fue la principal razón por la que me animó para ir a estudiar pintura a París y es un vínculo que mantenemos vigente él y yo. Si desean, queridos lectores, conocer el cuadro —del que aquí les mostramos una fotografía—, se exhibe en su Casa Museo, en Dolores Hidalgo, Guanajuato.

Elegir la paleta y comenzar a meter el color me fue dando confianza poco a poco

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ESPECIAL Un regalo de la hija al padre, que lo emocionó hasta las lágrimas.
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