Ramón López Velarde: 100 años de una leyenda
Tomás Rojo Valencia fue perseguido política y penalmente por oponerse al despojo que el gobierno de Sonora impuso sobre las aguas del río Yaqui; la voz elocuente y serena lo distinguió a la hora de combatir las arbitrariedades de los yoris
Un pañuelo rojo que solía llevar alrededor de la garganta sirvió para que su familia reconociera los restos de Tomás Rojo Valencia. Quien lo secuestró y luego le arrebató la vida actuó deliberadamente para secuestrar y asesinar la voz del pueblo yaqui.
Un golpe asestado para desvertebrar la resistencia milenaria de una comunidad que, por derecho ancestral, y también por las leyes vigentes, ha defendido con tenacidad la tierra, el agua, los montes y las costas, sobreviviendo hasta ahora a todos sus adversarios.
En vida, Tomás Rojo Valencia fue perseguido política y penalmente por oponerse al despojo que el gobierno de Sonora impuso sobre las aguas del río Yaqui.
La voz elocuente y a la vez serena de su comunidad lo distinguió como el rostro más conocido, entre los suyos, a la hora de combatir las arbitrariedades de los yoris.
En estos días de luto conmemora sus creencias generosas una conversación sostenida en 2014 entre él y la periodista Blanche Petrich, en el canal de YouTube de Rompeviento.
Ahí conmueve la manera en que, a pesar de los ultrajes sufridos, Rojo Valencia toma distancia de la violencia.
Explica con parsimonia la diferencia que existe entre defender y atacar al semejante. Distingue con sencillez al fabricante de agravios de quien promueve la dignidad.
Cuando el gobierno sonorense encabezado por Guillermo Padrés subordinó las leyes y los acuerdos históricos para construir el acueducto Independencia, Tomás Rojo fue la palabra del pueblo yoreme para denunciar los agravios.
Su intervención logró entonces que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) diera la razón a las comunidades afectadas.
Pero la insolencia resultó imperdonable y por eso el gobierno de Padrés acusó de secuestradores a los líderes que se opusieron a la construcción del acueducto. Con pruebas fabricadas se dictaron órdenes de aprehensión contra Rojo y otros líderes. Entre ellos, Mario Luna, quien terminó tras las rejas como preso político.
Seis años han transcurrido desde aquel enfrentamiento sin que el pueblo yaqui haya recuperado el agua que era suya.
En este mismo lapso, otros poderes además del gobierno sonorensemultiplicaroneldespojo.Sin respetar nada ni a nadie las tierras yoremeshansidoheridasconpeor arbitrariedad ligada a proyectos para extraer gas y minerales.
Frente a esta violencia creciente originada fuera de su comunidad, Rojo Valencia utilizó de nuevo su voz y con ello reiteró el incordió.
Pero esta vez la embestida no provino —al menos abiertamente— de las instituciones formales, ni de los empresarios que igual participan en la disputa por los recursos naturales de la yoremia.
El nuevo adversario es cobarde y por ello más peligroso. Su arma principal es el terror que paraliza antes de devorarlo todo.
Durante los dos últimos años Sonora —caracterizada por Rojo Valencia en la entrevista con Petrich como un volcán en erupción— se ha puesto a escupir lava candente por todas partes.
Tan grave es la tragedia que la fumarola de muerte puede apreciarse a gran distancia. Masacres como la de la familia LeBarón, el asesinato del candidato a presidente municipal de Cajeme, Abel Murrieta, o el de José Luis Urbina, líder también de la comunidad yaqui, parecen todos conectados por el mismo eje en disputa: los recursos de la región.
Para quebrar la resistencia yoreme es que el hombre del pañuelo rojo fue sacrificado en la proximidad de Vícam.
Desde el jueves 27 de mayo el terror recorre las 483 mil hectáreas habitadas por el pueblo yaqui. Sobre todo, la familia de Tomás está en riesgo.
El poder criminal que arrebató la vida a Rojo Valencia y a José Luis Urbina es distinto a los adversarios de antes.
Estos asesinos no solo disputan el agua, el bosque, o las costas, su verdadero propósito es arrebatar los recursos esenciales de la paz y la dignidad.
Resistir a este poder criminal —su dominio y sus pretensiones sin límite— obligaría a volver propio el pañuelo rojo de Tomás.
Parafraseando al poeta Eduardo Vázquez, obligaría a resistir frente al fruto del odio que no solo pretende enmudecer al pueblo yaqui, sino al resto del país y su diversidad de yoris.
Por más que el presente se asemeje al pasado, el estilo de depredación impuesto por las empresas criminales que operan en Sonora es peor.
Ciertamente tiene como socios a los adversarios de siempre, pero esta vez esos socios cuentan con un brazo armado y letal que no se detendrá hasta haber ocupado todo el territorio.
Cuando la desaparición de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, Tomás Rojo pronunció una sentencia que hoy suena tremendamente vigente:
“Lo que hagan con la Tribu Yaquilovanahacercontodoslospueblos indígenas de México; lo que haganconlosjóvenesdeAyotzinapa lo van a querer hacer con todos los jóvenes de México; y lo que hagan con los indígenas y los jóvenes deMéxicolovanaquererhacercon todos los mexicanos”.
La administración estatal acusó de secuestradores a los líderes que se opusieron a la obra del acueducto
@ricardomraphael