Quemar las naves
No es tiempo de hacerse a un lado o de detenerse, menos todavía de dar marcha atrás. No hay ya retaguardia hacia la cual retirarse en busca de un refugio seguro. Tampoco es tiempo de dar o pedir tregua, de acomodarse frente a una oposición tan ciega como rabiosa y tan sedienta de venganza; “la nada —como dice el poeta Pedro Salinas— tiene prisa”.
Quienes estamos por la transformación de este país hemos de estar conscientes de que es preciso “quemar las naves”; no hacerlo así sería un crimen y un suicidio. No hay, detrás de nosotros, costa segura que nos espere ni forma de retornar a ella. Solo nos queda seguir avanzando, pero, como lo hemos hecho hasta ahora, de manera pacífica y democrática.
Poca consciencia hay —las herramientas de análisis se han visto rebasadas por la realidad— de la complejidad y la profundidad del fenómeno social que vivimos en México.
Falla la derecha conservadora al compararlo con lo que se vivió o se vive en otros países de América Latina y falla más todavía —su rancio anticomunismo la ciega— al hablar de una supuesta dictadura en nuestro país.
Falla también la izquierda al tratar de analizarla —de encasillarla más bien— como una más de las revoluciones que a lo largo de la historia se han producido.
Con un palmo de narices se quedan quienes desde “la corrección política” insisten —sin aceptar que aquí se ha producido una ruptura histórica— en caracterizar al gobierno de López Obrador solo como “un gobierno más”.
Definir y asumir, con claridad y contundencia, nuestra posición ante el cataclismo social que vivimos es un deber ineludible. Conviene tomar consciencia de que la neutralidad política, la tibieza y la indefinición son solo una forma más de tomar partido.
Conviene también tomar consciencia de que quien al dogma revolucionario recurra sin entender que más que el capital es la corrupción la causa de la desigualdad en este país, terminará haciéndose a un lado o peor todavía marchando hacia atrás.
De herejes y heterodoxos, de rebeldes conciliadores y revolucionarios democráticos, de pacifistas insumisos tan libertarios como respetuosos del Estado de derecho, de luchadoras y luchadores tan radicales como comprometidos con la defensa de las libertades públicas, ha llegado el tiempo.
“Debemos —dijo Alejandro Magno a sus tropas luego de quemar sus naves— salir victoriosos en esta batalla ya que solo hay un camino de vuelta y es por el mar”. Retroceder, equivaldría a hundir en el pasado de corrupción, violenciayautoritarismoalasylosmillonesdemexicanos que,consuluchaysusvotos,fraguaronlavictoriade2018.
Con dureza nos juzgará la historia si por nuestra indolencia, nuestra inacción, nuestra indecisión permitimos queselequite,enunfuturo,elpresupuestoalosprogramas delbienestar,secaigaenlatentacióndecombatirlaviolenciaconlaviolencia,sevuelvanaentregarlosrecursosnaturales de la nación a particulares o se someta otra vez el gobierno de la República a los intereses de la oligarquía.
Para transformar a un país con las armas en la mano basta un puñado de valientes; para hacerlo pacífica y democráticamente hacen falta millones de valientes. Millones de mexicanas y mexicanos decididos a
_ quemar las naves y a apoyar, sin regateos y hasta el último segundo de su mandato, a López Obrador. Millones de ciudadanas y ciudadanos decididas y decididos a protagonizar una nueva insurrección pacífica en 2024 y, a impulsar con sus votos, un proceso de transformación que apenas ha comenzado.
No es tiempo de dar o pedir tregua ni de acomodarse frente a una oposición tan ciega como rabiosa