Meter la pierna
Había una frase muy común que cayó en desuso cuando el futbol y los futbolistas evolucionaron hacia un juego más dinámico y menos denso, se decía: hay que meter la pierna.
Mete la pierna pedía el entrenador a sus atacantes y defensores, y pedían lo mismo los aficionados a sus equipos.
Aquella expresión se utilizaba para evaluar el grado de compromiso, entrega y valor que un jugador ponía sobre el terreno de juego: si estaba dispuesto a empeñar el fémur, la tibia y el peroné; dejar el pellejo en carne viva con una barrida o lanzarse en plancha chocando cabezas durante un tiro de esquina para evitar un gol en propia puerta o marcarlo en la meta contraria; entonces era un jugador temible, admirable y de cuidado.
El viejo futbol era así, desde sus inicios y hasta mediados de los años ochenta los futbolistas eran tipos feos, fuertes y formales. Destacaban entre los rudos los más técnicos, que antes como ahora, eran la diferencia entre los equipos buenos y los extraordinarios. Pero se veneraba mucho aquello de “meter la pierna” como un control de calidad moral: arriesgar el físico por la causa.
A propósito de ello, hemos visto en las últimas semanas cómo los grandes jugadores salen a cuidarse por los campos europeos con el Mundial a la vuelta. Es lógico, es normal, nadie en su sano juicio arriesgaría su participación en la Copa del Mundo por una jugada a mitad de torneo.
Se sabe que los torneos previos a los Mundiales suelen ser peores o tienen menos intensidad, con un Mundial a finales de año es más evidente todavía. Jugadores como Messi, Cristiano, Neymar, Mbappé o Benzema, se mantienen a tope físicamente, pero sin comprometer un esfuerzo, un choque o un golpe de más.
De todas formas, aquello de meter la pierna ha quedado en la prehistoria de este deporte en el que los golpes se desinflamaban con fomentos de vinagre y sal, amarrando un esparadrapo alrededor de los huesos.
Se utilizaba para evaluar el grado de compromiso, entrega y valor de un jugador