La calle no es tuya, es mía
El individuo que sale a la calle a expresar su descontento está ejerciendo una irrenunciable facultad, a saber, la del ciudadano con derechos plenos. La manifestación en los espacios abiertos es uno de últimos recursos con los que cuenta para denunciar los abusos del poder político o la simple ineptitud de los gobernantes pero esta herramienta es también utilizada, justamente, por quienes llevan la cosa pública: la intencional movilización de las masas, dispuesta por los jerarcas de una nación, es un arma muy eficaz en la consolidación de la propaganda oficialista. Lo que en un momento fue una expresión libertaria de la soberanía individual se vuelve un acto organizado por el aparato gubernamental para mostrar músculo.
Los autócratas se solazan grandemente en las movilizaciones tumultuarias dispuestas para sacralizar las doctrinas del régimen y, de paso, para proceder a su propia glorificación. Son escenografías cuidadosamente calculadas en las que los asistentes se enardecen a punta de fieras retóricas y combativa demagogia. Nada que ver con la espontánea protesta ciudadana así sea que ésta responda a los llamados de unos convocantes a los que pudieren atribuirse intereses particulares, como han hecho los críticos de la pletórica marcha ciudadana que tuvo lugar para mostrar su apoyo al Instituto Nacional Electoral.
En Cuba no se permiten las protestas del pueblo, miren ustedes, porque el descontento debe ser negado y su único universo posible —siempre y cuando no ande rondando por ahí un delator para denunciar al “enemigo de la Revolución”— es el de los espacios privados. Lo que se fomenta, por el contrario, es la congregación masiva de las personas para que muestren palmariamente su adhesión al sistema. Y, como puede uno bien imaginar, no se trata de trances a los que se pueda asistir de manera voluntaria sino de deberes tan obligatorios como punibles en caso de no ser acatados.
Aquí somos todavía dueños de la calle, por fortuna, aunque sobrellevamos un exceso de bloqueos y marchas. Somos rehenes indefensos de grupos cuyos intereses, muchas veces, no parecen enteramente legítimos porque resultan de la cultura clientelar y corporativista promovida por el antiguo régimen priista. Y, curiosamente, los primerísimos afectados son los pobladores de zonas urbanas que no tienen absolutamente nada que ver con el cumplimiento de las demandas exigidas. La protesta social sería, en muchos casos, una arbitraria arremetida contra el bienestar de los demás ciudadanos.
El régimen de la 4T, por lo visto, tolera estos bloqueos y cortes de carreteras sin mayores problemas.
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Lo que no le gusta es que los opositores se manifiesten visiblemente, como si la calle fuera también suya y ya no monopolio de los agitadores de siempre. Pero, bueno, ahí viene una gran manifestación del oficialismo, el día 27, por volver a poner las cosas en su lugar.
La 4T tolera bloqueos y cortes de carreteras; lo que no le gusta es que los opositores se manifiesten