La medalla de oro
Mucho se ha comentado respecto de las marchas del 13 de noviembre pasado, en la capital del país y en 50 ciudades más, pero nadie ha felicitado a quien realmente las promovió e hizo posibles.
El mayor mérito de haberse dado esos ríos humanos en las avenidas y calles de México (y en algunas ciudades del extranjero) no lo tienen las muchas organizaciones sociales convocantes, sino alguien del cual haré su retrato hablado y, al final, daré sus conocidos y merecidos motes, sobrenombres o “alias”.
La medalla de oro le corresponde a quien, desde hace cuatro años, se ha venido burlando de 130 millones de mexicanos; a quien ha injuriado y calumniado, de manera impune y canallesca, a diestra y siniestra, sembrando odio, rencor y división a lo ancho y largo del país; a quien ha pisoteado enloquecida y criminalmente a la Constitución, las leyes y las instituciones nacionales; a quien ha dilapidado (y sigue dilapidando) los recursos públicos: 300 mil millones en Texcoco, 200 mil millones en Santa Lucía, 300 mil millones con su trenecito, arrasando la selva y vestigios de antiguas civilizaciones, 300 mil millones en Dos Bocas, y podemos seguir:
A quien ha empobrecido a millones de mexicanos, pero asegurando su clientela electoral con dádivas a los más vulnerables; a quien lleva en su inconsciencia cientos de miles de muertos, por falta de medicinas y por su maldito “abrazos, no balazos”; a quien ha hecho garras su investidura, y desprestigiado a México en el mundo entero con todo tipo de idioteces, como, por ejemplo, querer derribar la Estatua de la Libertad en Nueva York.
Ese es quien, verdaderamente, logró llevar a las calles a esas multitudes; quien despertó a la sociedad, y ésta le dijo al soberbio pirindongo: ¡Ya basta!; y a los partidos políticos les reclamó estarse viendo el ombligo, y los instó a ser instrumentos útiles en las luchas reivindicativas de la propia sociedad.
Los papeles se han invertido: los partidos no convocarán a la sociedad, porque la sociedad ya los convocó, y con ellos o sin ellos no debe dejarse pisar. Los partidos deben integrarse a ella; deben superar la endogamia, pues fatalmente los degenera; y ser verdaderos crisoles de la democracia.
Tartufo (Rey del cash) no va a cambiar, no tiene remedio, y como va perdido no debemos distraerlo; sino dejarlo seguir siendo, involuntariamente, con sus indecencias y bufonadas, un poderoso motor del cambio en México. Sin él, la sociedad seguiría crédula, atolondrada y sumisa. ¡No lo distraigan! Defendamos al INE y a las demás instituciones; la reconstrucción nacional pronto
_ habrá de comenzar.
Sí, queremos lo mejor para nosotros, para nuestros hijos y para México. Solamente un mentecato resentido puede acusarnos de ser “aspiracionistas”, pues “el que con poco se conforma, poco merece”.