El debate público
Las razones valen independientemente de quien las emite. Las razones se responden con razones, no con juicios morales ni con la descalificación del interlocutor
El debate público es una de las fórmulas más eficaces para el escrutinio del poder y para mejorar lo que existe. Así es porque el debate implica una forma de interacción o de intercambio en el que se enfrentan varias opciones o perspectivas sobre diversos temas. Para la vida pública el debate es fundamental, se da de diversas maneras y no solo en tiempos electorales, lo mismo en los medios de comunicación, que en los órganos legislativos y en los cuestionamientos y afirmaciones que la sociedad realiza a través de canales de comunicación convencionales y no convencionales.
El principio general es que toda forma de poder debe estar sujeta a escrutinio. Tengo la impresión de que hemos avanzado mucho en la crítica, pero poco en el debate público. Una pena, porque si contemplamos el periodo de la República Restaurada del siglo XIX, el debate no solo estaba presente, sino que era una fórmula cotidiana de cuestionar o afirmar al poder y a quienes lo representaban. Gradualmente el país asumió el propósito de unanimidad o si se quiere de una crítica muy acotada. Se generó la idea de que la paz social requería de una sociedad y de una política callada. La revolución reactivó el debate, pero la inestabilidad, la rebelión y la dificultad para dar estabilidad al régimen nuevamente mitigaron la crítica y el debate.
El debate tiene sus reglas y también su didáctica. Un debate que se vuelve pleito callejero niega su esencia como medio racional para construir a partir de la dialéctica de puntos de vista encontrados. El descontón poco tiene que ver con el debate; tampoco el monólogo de interlocutores que concurren con posiciones inamovibles. El complejo de superioridad moral es otra de las dificultades para el debate; asumir que el juicio o prejuicio de las personas va por encima de los argumentos (la referencia a la supuesta autoridad moral) es otro de los problemas; las razones valen independientemente de quien las emite. Las razones se responden con razones, no con juicios morales ni con la descalificación del interlocutor.
Visto así el debate auténtico es la prueba de ácido a la tolerancia. Tolerancia no significa ceder ni conceder, tolerancia es la capacidad para escuchar al otro, incluso al opuesto, y esto a su vez implica no solo coexistir con quien piensa, prefiere o actúa diferente, sino también, poder acordar a partir de muchos de los temas sobre los que existe coincidencia. Por ello la premisa básica de un debate constructivo es la coexistencia de la diferencia y la libertad de pensar y actuar de manera diversa.
México, desde el punto de vista polí- tico, está en una encrucijada que habrá de resolverse en los próximos meses; un buen debate público es indispensable, pero también, un piso de tolerancia, inteligencia, moderación y honestidad. El país tiene que convencerse de que el mundo de las unanimidades no pertenece a lo terrenal; que toda propuesta, forma de gobierno, opción o programa político están sujetos a discusión y debate. No hay personajes ni verdades supremas. Todo y todos somos discutibles y opinables.
No estoy del lado del pesimismo. Aunque las dificultades son ciertas, la incertidumbre no es poca cosa y los problemas persisten en su gravedad y magnitud, tengo la convicción de que México y su sociedad tienen el potencial para sobreponerse a la adversidad y crecer ante el nuevo entorno. Para ello, creo que las libertades son fundamentales. Más en el nuevo entorno social y tecnológico que implica el mundo libre, abierto, incierto e impredecible de la comunicación digital y de las redes sociales.
Dadas las circunstancias y los antecedentes puede parecer extraño, pero la razón por la que veo un mejor futuro descansa no tanto en los proyectos políticos, sino en la fuerza de la sociedad, los ciudadanos, los religiosos, los trabajadores y empresarios. Mi encuentro con el México profundo a través de la investigación social y el trabajo con sindicatos, organizaciones, civiles, medios de comunicación, empresas y profesionistas de excelencia me ha permitido reafirmar la convicción de que el país tiene fortaleza y un gran potencial. Desde luego que la política importa, también el gobierno y la representación legislativa, pero lo más fuerte, duradero y promisorio viene de la sociedad.
Por esta consideración el debate reviste la mayor importancia. Debemos promoverlo como forma de vida; entender que el consenso y el disenso van de la mano. Que el acuerdo y calificación sobre los gobiernos debe pasar a otro estándar, el de las evaluaciones que sirvan a la sociedad para conocer retos, limitaciones, errores y también aciertos donde los haya.
Los medios tienen una tarea de la mayor importancia en el debate público. Es importante profesionalizar la investigación periodística. Transitar de la filtración intencionada al estudio profesional y riguroso, así como a la comprobación de hechos y datos. Diferenciar la descripción de los hechos de las opiniones. En las afirmaciones duras sobre hechos o conductas consultar al señalado o al afectado para presentar con honestidad y respeto su propio punto de vista.
Los medios son muy importantes porque de alguna manera son el encuentro de la sociedad con el poder y con la información. Padecen la presión de evolucionar frente a la comunicación e información digital, un proceso irreversible y que tiene muchas implicaciones. Desde ahora ya se advierte la inercia social por mejorar la información, la cobertura noticiosa y los espacios de debate. No puede ser un debate entre los mismos y con los mismos, debemos dar pasos decididos a que hablen todos aquellos que tienen mucho que decir y que los medios normalmente no les abren su puerta. No en balde los proyectos más exitosos en medios convencionales y digitales son aquellos que se atreven a dar ese paso, una manera inteligente y productiva de dar validez al debate.