Milenio Hidalgo

“SACÓ EL REVÓLVER, PERO NO PUDO ROBAR”

Oscar le dijo que a las mujeres hay que saber tratarlas, darles lo que ellas desean, y siendo “el líder de la manada”

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A Andrea le gustan los hombres rudos, que le brinden protección y que le regalen cosas. Alberto no tenía ninguna de esas cualidades. Con lo que gana en la venta de chatarra apenas y le rinde el dinero para tomarse unas cervezas en la quincena y, en cuanto a lo rudo, sólo tiene un tatuaje en el brazo derecho.

Se la presentó su compañero de trabajo, Oscar, como la amiga de su ex que le está ayudando a reconquist­arla. Quién sabe, quizás después salgan los cuatro. La idea lo entusiasmó demasiado, incluso deseó que en verdad ellos se reconcilia­ran porque de otra forma veía difícil que ella se fijara en él.

Oscar le dijo que a las mujeres hay que saber tratarlas, darles lo que desean, y a las que son como Andrea solo se les puede conquistar con regalos y siendo “el líder de la manada”; lo consoló cuando le recordó que no podía hacer ninguna de esas cosas, diciéndole que lo ayudaría, que tenía un plan.

Hacía tiempo que estudiaba los movimiento­s de una tienda de convenienc­ia ubicada en Casas Quemadas, era el lugar perfecto para robar: nula vigilancia en los alrededore­s, poca afluencia de gente por las tardes y empleados distraídos. Solo necesitaba un cómplice.

No había mejor manera de conquistar a Andrea que demostránd­ole que era un hombre de verdad y qué mejor forma de hacerlo que sosteniend­o un revólver frente al rostro de un tarado, mientras éste le entrega todo el dinero de las ventas del día, dinero con que le pondría regalar lo que ella quisiera.

La simple idea lo aterró, pero aceptó cuando vio el entusiasmo de ella, luego de que los escuchara hablando del robo y tuvieran que hacerla cómplice. En realidad lo animó la mirada y la sonrisa que ella le dio cuando Oscar le dijo que él lo había planeado todo.

Andrea no solo se conformó con saber el plan, sino que quiso participar en el atraco, fue así como los tres se subieron al camión Torton blanco del trabajo y condujeron hasta un descampado, donde practicaro­n haciendo dos disparos, por si las dudas. Luego Alberto condujo hacia su objetivo.

Los nervios no le permitían pensar, la boca estaba seca y los brazos sin fuerza, como acalambrad­os, también las piernas al bajar del camión con Oscar, ella los esperó a bordo. Entraron, Alberto se acercó al mostrador, sacó el revólver pero no pudo hacerlo, salió corriendo, los vecinos lo vieron y llamaron al 911.

En el camino Oscar no paró de insultarlo, Andrea sólo preguntaba qué había pasado, Alberto pisaba el acelerador a fondo. Una patrulla les marcó el alto, pero no se detuvieron, no podía ir a la cárcel. No había hecho nada, pero en la colonia San Lunes “los puercos” les cerraron el paso. Los policías encontraro­n los dos cartuchos percutidos que usaron de práctica y luego el arma, por eso los arrestaron. La “cita” tuvo hasta foto del recuerdo, pero probableme­nte no haya una segunda vez.

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Hallazgo de cartuchos sirvió para detenerlos.

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