AGRADECIÓ LA COMPAÑÍA, EL DIÁLOGO Y EL RESPALDO...
Eloisa aprendió un poco de mecánica con su padre. Ella ha tenido altibajos que comparte con el hombre comprensivo que, a pesar del cansancio, siempre está ahí
Días de Sol” es como ha decidido llamar a aquellos días que, sin importar el clima, llevan luz a su vida “y hoy fue un día de Sol”, cuenta Eloisa, quien al momento de recordar no puede evitar que una sonrisa ilumine su rostro de mujer, una hermosa y joven mujer que apenas sobrepasa dos décadas de vida. Por momentos cierra los ojos. Trata de revivir cada segundo. Después de salir de lo que calificó como una muy buena reunión, recuerda que se dispuso a tomar camino hacia su casa, donde sus padres le esperaban como cada día para cenar y compartir un poco de la jornada diaria. La realidad, dice, es que necesitaba pensar, trabajar y por un momento, descansar de aquel sentimiento de frustración que llevaba semanas oprimiéndole. Eloisa no considera gozar de la mejor suerte y tiene la teoría que cuando algo va bien, irremediablemente otra cosa debe salir mal. Tristemente lo comprobó al llegar a su automóvil, por más que intentaba la carcacha no quería arrancar y la marcha por momentos parecía “barrerse”. La tarde comenzaba a caer, no se encontraba en la zona más segura de la ciudad, así que en un esfuerzo por no perder el buen ánimo, hizo uso de las pocas, pero efectivas habilidades mecánicas y eléctricas que su padre le ha enseñado desde hace muchos meses. Por fin, luego de un breve pero efectivo reconocimiento a las posibles causas de la falla, de nuevo como una señal, el marchazo contundente hizo trabajar el motor. Con un aire de victoria subió al auto; asiento acomodado, cinturón puesto y por supuesto, música para amenizar el trayecto. Al sonido de Queen con su magistral ejecución de I want to break free en la voz maravillosa de Fredy Mercury, emprendió el camino de regreso a casa. Ni la calle Guerrero con sus baches y topes y hasta un atarantado oficial de tránsito que respetaba el semáforo mucho menos que los conductores, lograron opacar el viaje. Había mil cosas en qué pensar y más personas con quien querer hablar. Mientras Eloisa tomaba su cotidiana ruta, observó la ciudad, la avenida, los parques y hasta a las personas que viajaban en el transporte público. Pensó en la pesadez de sus rostros, el cansancio y si serían felices, porque al final del día, de eso se trata esto, aunque frecuentemente lo olvidamos. Los días de Sol, sirven para eso, para recordar el sentido de las cosas, dice muy segura. Me sirven para dejar de contrariarme y disfrutar que la vida fluya. Al llegar a casa se encontró con su padre, le platicó orgullosa la hazaña del auto y como le fue en el día. Como si los dos no tuvieran nadie más con quien hablar, intercambiaron historias, chismes, datos curiosos y demás cosas que otros podrían considerar banales. Ella le contó sobre su día de Sol y quiso extender ese calor a su cansado pero comprensivo escucha. La satisfacción fue mayor al verse bien recibida, por lo que agradeció la compañía, el diálogo y el respaldo. Con la intención que al menos el carro no volviera a contrariarla y en un ya ensayado trabajo en equipo, los dos revisaron y arreglaron la falla. Como en todo conjunto mecánico amateur no faltó el machucón de dedos y las chispas por un corto circuito que lejos de abrumar, hicieron divertida la noche. Al terminar se despidieron y cada uno volvió a su rutina. La casa quedó en silencio, hasta que sus tres más leales habitantes, reclamaron la cena con maullidos. Después de alimentarlos, rascar sus peludas barrigas e intentar sin éxito enseñarles algunos trucos, Eloisa encendió la computadora y comenzó a narrar su historia a una hoja en blanco, la cual registró en las páginas del libro de su vida, un capítulo que cerró esa noche dispuesta iniciar otro con el amanecer del día siguiente. Su padre dormía ya plácidamente en la otra habitación.