Milenio Hidalgo

Genes turbocarga­dos

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En los años 70 se desarrolló la ingeniería genética. Con ella se crearon los primeros organismos genéticame­nte modificado­s. Hoy tenemos vegetales como sorgo, maíz, soya, arroz o algodón, que se cultivan desde hace décadas en muchos países, con propiedade­s como ser resistente­s a plagas o más nutritivos. Al mismo tiempo, se desató la polémica sobre los posibles riesgos que los organismos “transgénic­os” pudieran plantear al ambiente.

Uno de los argumentos contra esos temores es que, al menos en organismos sexuales, como plantas y animales, los genes alterados, aunque pudieran “contaminar” a organismos silvestres, se irían diluyendo en la población. Cada individuo tiene dos juegos de genes, heredados uno de su padre y otro de su madre. Si hereda un gen alterado, solo una fracción de sus descendien­tes lo tendrán, pues la probabilid­ad de heredarlo es de cuando mucho 50 por ciento. Después de varias generacion­es, la fracción de organismos con el gen foráneo disminuirí­a hasta desaparece­r.

Pero en la naturaleza existen ciertos genes que logran heredarse a más de 50 por ciento de la descendenc­ia. Se los conoce como gene drives. En 2003 el biólogo evolutivo Austin Burt propuso que podrían construirs­e gene drives sintéticos que permitiría­n hacer ingeniería genética ya no en individuos, sino en poblacione­s completas.

Burt y sus colaborado­res lograron introducir en el mosquito

Anopheles, que transmite el paludismo, genes que se heredan a más de 50 por ciento de su descendenc­ia. El gen foráneo, en vez de irse diluyendo, iba “invadiendo” la población. Hoy hay técnicas que permiten fabricar prácticame­nte cualquier gene drive que se desee.

¿Qué alteracion­es pueden realizarse en una población mediante este poderoso método? Por ejemplo, como proponía Burt, hacer que la descendenc­ia sea estéril: así, poco a poco se podría ir extinguien­do la población de mosquitos

Anopheles, o de otros vectores de enfermedad­es como dengue, zika o chikunguña, que se podrían eliminar de la faz de la Tierra. O bien, siendo menos drásticos, introducir modificaci­ones en una población, alterándol­a sin extinguirl­a, por ejemplo para evitar que los mosquitos transmitan enfermedad­es. Y muchos otros usos posibles.

Una tecnología así de potente no puede aplicarse sin antes evaluar profundame­nte sus posibles consecuenc­ias. Hasta el momento, existe una moratoria global para liberar organismos con

gene drives en la naturaleza. Y toda la investigac­ión que utiliza esta tecnología debe realizarse en laboratori­os de alta seguridad.

Hay quien propone una prohibició­n absoluta y perpetua. Hay, por el contrario, quien opina que sería antiético no usar algo que puede proporcion­ar tantos beneficios. Hasta el momento, los expertos en biosegurid­ad coinciden en que, al ser tan nueva la técnica, “no hay aún suficiente informació­n como para garantizar que la liberación de organismos modificado­s mediante gene

drives sea segura”. Pero, al mismo tiempo, también en que “los beneficios potenciale­s justifican seguir adelante con la investigac­ión para explorar estos riesgos”, comprender­los y evaluarlos mejor.

De lo que podemos estar seguros es que seguirá habiendo, inevitable­mente, avances tecnológic­os con el poder de alterar nuestro entorno. Ante ello, más vale entenderlo­s a fondo para decidir si los queremos utilizar, y cómo.

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A L F R E D O S A N JU A N

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