¡Ya hagan las cosas bien, hijos de su madre!
Siempre hay una explicación para justificar la inconmensurable ineptitud de nuestras malignas autoridades, señoras y señores. Miren ustedes lo del mentado socavón, es decir, el espantoso enterramiento de dos personas vivas que cayeron, en Cuernavaca, en un miserable agujero mientras se dirigían, en su coche y por carretera, hacia otro determinado destino geográfico.
O sea, que conduces tu auto apaciblemente, digamos, hacia localidades como Ecatepec, Colima, Acapulco o Ciudad Victoria y resulta que… ¡te mueres porque en la autopista se te aparece un agujero de pesadilla que te devora! ¡Coño!
La mentada justificación es que debajo de la autopista se reblandeció el terreno por las lluvias, o algo así, y que entonces la carretera se hundió de manera sorpresiva, artera, inesperada y no planificada ni prevista por los constructores. Ajá.
Tenemos así a dos personas perfectamente inocentes, un padre y su hijo, que emprendían despreocupadamente un viaje, lo repito, hacia cierto punto del territorio nacional y que, de manera totalmente inesperada, se precipitaron hacia un aterrador hoyo que se les apreció… ¡en una autopista recientemente inaugurada!
¿Dónde vivimos, estimados lectores? O sea, ¿qué país es éste? ¿Cómo se hacen las cosas aquí? ¿Qué niveles de irresponsabilidad conllevamos? ¿Cuál será el costo final, en términos de vidas perdidas y sufrimiento de nuestros compatriotas, que habremos de pagar por la descomunal dejadez de quienes nos gobiernan? ¿No hay manera de siquiera construir una jodida carretera para atravesar Cuernavaca sin que la mera acción de recorrerla te signifique una sentencia de muerte?
Ya no digo nada, pero la simple idea de haber estado ahí, en el lugar del socavón, con alguno de mis hijos, me parece absolutamente espeluznante…
¡Qué horror!