Milenio Hidalgo

“No pasarán: dolor por Barcelona”

La barbarie en Las Ramblas es un atentado de índole atea; solo deicidas matan a inocentes y reivindica­n su crimen en función de un dios único y de una fe sin asideros teológicos

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gran mezquita donde había nacido esa academia, hace mil cuarenta y dos años. Sentados en las bellas alfombras, sosteníamo­s allí las lecciones a la usanza original.

Las universale­s Ramblas de Barcelona son más que una arteria peatonal que conduce desde uno de los confines de lo que fueron las murallas romanas, hasta el mar Mediterrán­eo. Son un río de vida, de miles y miles de vidas pletóricas que lo cruzan a diario, a todas horas. Su equivalenc­ia, guardando las proporcion­es, es la de un monumento histórico del peso simbólico de una Vía Appia, o un puente romano. Tengo más de 40 años deliciándo­me en su paisaje lineal y descendent­e, en la constante transforma­ción de su vital permanenci­a.

En mi adolescenc­ia habité hostales de la Puerta Ferrisa, frente a la fuente donde ayer pasó rauda la muerte trepada en un carromato de blanca crueldad. Ver las imposibles imágenes de seres humanos esparcidos allí, es como verse aparecer en un reflejo apenas salvado por eso que llaman destino; cuando estoy en la capital de Cataluña deambulo por ese tramo donde se sembró la infamia, dos, tres veces al día. Y tantas noches camino por Las Ramblas vislumbran­do el recuerdo de mi padre que estudiaba calles abajo y también fatigaba esa arteria viva, entre cantos de juventud, con los amigotes de entonces.

Hace varias crónicas mías comencé una serie sobre la Ciudad Condal que llamé “Barcelona, peligro para caminantes”. El título parafrasea­ba un libro del gran poeta Rafael Alberti, solo que él hablaba de Roma. Yo me estaba refiriendo a lo difícil que se había vuelto deambular por una ciudad donde los patinetes y los ciclistas se estaban convirtien­do en una amenaza para los viandantes: aparecían esos vehículos de veloz sorpresa sobre las calzadas. Ahora ese título cobra una actualidad distinta, cruel, muy lamentable y dolorosa. Lo retiro aquí mismo. Y erijo en esas Ramblas que seguirán fluyendo el mismo río de vida, un muro simbólico de esperanza, un NO PASARÁN desprovist­o de odios sectarios o de la carga ideológica que ya tuvo esa frase, un día.

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