Volvió el odio un 17 de agosto
Creíamos que París estaba mucho más lejos de los 800 kilómetros que van desde los Pirineos a la capital francesa. Que después del 11 de marzo de 2004 —el 11-M—, cuando ocurrió el atentado más sangriento en la historia de España con casi 200 muertos y obligó a las tropas nacionales a salir de Irak, no nos volvería a alcanzar la barbarie. Que Francia y Reino Unido, con sus múltiples intereses e intervenciones en el norte de África, eran un objetivo mucho más claro que nosotros. Que podíamos seguir con nuestra rutina, nuestra precariedad laboral, nuestro desmantelamiento de la sanidad y la educación públicas, nuestras modestas vacaciones en las playas nacionales. Pero ayer vimos cómo una camioneta invadió la calle más turística de la ciudad más turística de España, Las Ramblas de Barcelona, y cómo decenas de personas corrían presas del terror ante un ataque terrorista sencillo y fácil de ejecutar, que arrebató al menos 13 vidas y dejó heridas a casi un centenar de personas.
Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea se fueron llenando de videos y fotos —muchas terribles— sobre los atropellados, que algunos medios sin escrúpulos no tardaron en difundir, pese a los exhortos contra el amarillismo. La palabra “terrorista” no tardó en acercarnos a la identidad de los autores y muchos nos cobijamos en los brazos de amigos y familiares porque, de pronto, nadie quiso pasar solo la noche.
Hoy, las calles de España amanecerán con la desconfianza en los rostros y policías armados hasta los dientes. Las redes sociales darán cabida a todo, incluso a las frases más xenófobas, con sus generalizaciones crueles e injustificadas.
No será sencillo lo que viene, ahora que han regresado la violencia y el odio. Pero, por lo pronto, ya tenemos la coartada para cerrar aún más férreamente nuestra frontera con África, para que los muertos de hambre mueran sin que nos duelan, como nos duelen los muertos de Las Ramblas.