Modelo irlandés para México
Mientras la economía mundial cambia rápidamente, en la antigua Tenochtitlán los tlatoanis agringados tienen fija la mirada hacia el norte, obnubilados por el eclipse de Washington
Roma. Mal comienza una negociación cuando la parte más fuerte amenaza con salirse y la débil responde con atarse a la mesa y querer acabar lo antes posible.
El mensaje en Twitter de Luis Videgaray, “México seguirá en la mesa con serenidad, firmeza y el interés nacional por delante”, revela la debilidad de la posición mexicana, que no ha preparado ni difundido una alternativa seria a un futuro de México sin TLCAN.
La administración de Peña Nieto tiene una estrategia vulnerable, tanto hacia dentro como hacia fuera.
Hacia dentro ha vinculado el tiempo de la negociación con el tiempo electoral. El gobierno de México tiene prisa por firmar en diciembre, antes del inicio de la campaña presidencial, para dejar amarrado el acuerdo, ante la perspectiva de que Andrés Manuel López Obrador gane la elección en julio de 2018.
En efecto, el líder nacional de Morena encabeza con 27 por ciento la intención de voto, mientras que el PRI sigue sumido en el tercer lugar, con 16%, según la encuesta más reciente de El Universal.
La prisa es vulnerable a la presión y refleja la falta de respaldo popular que tiene este moribundo régimen en la mesa de negociación.
Además, México carece de una agenda propia. El gobierno de Peña Nieto ni siquiera incluyó entre sus objetivos la soberanía alimentaria, que perdimos con el TLCAN. Ahora México importa de Estados Unidos casi 50 por ciento del maíz que consume.
Un país que no es capaz de producir de manera suficiente el alimento básico de su población está condenado a la esclavitud alimenticia.
Hacia el exterior, el gobierno mexicano se resiste a asumir que Trump, en cualquier momento, puede cumplir las promesas de salirse del TLCAN, como ya lo hizo con el TPP.
El problema del repudio de Trump contra México es que tiene el apoyo de una parte considerable de ciudadanos estadunidenses. Es su única base electoral y no la va a minar.
Mientras que Trump continúa impulsando su odio contra México, el gobierno de Peña Nieto sigue mostrando una clara timidez.
No solo responde con tímidas palabras, sino que insiste en profundizar el actual modelo de integración de México con Estados Unidos, a pesar del contrario contexto social y político.
Antes, en febrero de 2014, a 16 meses de que Trump iniciara su candidatura antimexicana, el visionario secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade, escribió en el periódico El País que Estados Unidos, Canadá y México “reafirmarán su compromiso de construir y mantener a América del Norte como la región más competitiva y dinámica del mundo”… e “impulsarán el bienestar y prosperidad de nuestras sociedades”.
Meade, poco objetivo pero muy optimista, concluyó: “Somos naciones democráticas que respetan y promueven los derechos humanos y el estado de derecho. Juntos construimos un mejor futuro compartido, desde nuestras complementariedades”.
Tres años después no se ve ningún futuro compartido, pero el secretario de Hacienda insiste como disco rayado: “México es mucho más que su relación con Norteamérica, es una relación importante, fundamental, lo es para México y lo es para Norteamérica; no se entiende la competitividad en el mundo de la región norteamericana si México no es parte de ella, aportamos a Norteamérica demografía y geografía”.
Es patética la posición del gobierno de una nación cuya proclamada aportación demográfica y geográfica (curioso que no mencionó los bajos salarios) no es apreciada por el vecino país y, al mismo tiempo, vuelve a tocar la puerta del Tío Sam, que no solo le da el portazo, sino que hace crecer más la barda que nos separa. Meade no entiende que Trump y su base no quieren un futuro compartido.
El interés nacional no consiste —como piensan Meade y Videgaray, amigos y cómplices desde el ITAM, doctorados que cambian de cartera con malos resultados— en profundizar aún más la dependencia económica.
Según el Fondo Monetario Internacional, China ya es la mayor potencia económica mundial y México no está aprovechando la nueva realidad para cambiar el modelo norteamericano.
Mientras la economía mundial cambia rápidamente, en la antigua Tenochtitlán los tlatoanis agringados tienen fija la mirada hacia el norte, obnubilados por el eclipse de Washington.
En 1872, Reino Unido era el país más rico hasta que la Unión Americana ocupó el primer lugar. Ahora, 150 años después, China desplaza a Estados Unidos y la decadente Albión se aísla cada vez más.
En cambio, la actual República de Irlanda pasó de ser una colonia británica a uno de los países con mayor ingreso y bienestar de Europa, gracias a un cambio de modelo económico y una política de diversificación comercial.
Irlanda, que solo tiene frontera con Reino Unido, tuvo la visión de integrarse con la Unión Europea, como contrapeso a su poderoso vecino. De Gran Bretaña importa apenas 32 por ciento y exporta 15 por ciento.
Si una isla pequeña como Irlanda pudo romper la dependencia, ¿por qué México no puede hacer lo mismo, que tiene múltiples posiciones, hacia el Pacífico en Asia, hacia el Atlántico en Europa y, en nuestra región, América Latina?
Posdata
El lunes 28 de agosto celebramos a San Agustín, autor de Confesiones, obra fundamental para comprender la relación entre Dios y el hombre.