Milenio Hidalgo

Ya no queda tiempo

- POLÍTICA IRREMEDIAB­LE ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La mera idea de que en la Tierra co- mience un proceso imparable de destrucció­n del medio ambiente y de que, entre otras cosas, las temperatur­as suban hasta que los seres vivos no puedan ya sobrevivir, es tan absolutame­nte aterradora que preferimos mirar a otro lado y, paradójica­mente, proseguir en el sostenimie­nto de nuestro modelo suicida de desarrollo.

Hace 25 años, más de mil 500 científico­s lanzaron una seria advertenci­a para que evitáramos la catástrofe medioambie­ntal que se dibuja en nuestro futuro. Pues bien, ahora han sido 15 mil los que, en la revista

BioScience, avisan de que los problemas que amenazan al planeta son “mucho peores” que en 1992. Los firmantes del artículo denuncian que “la Humanidad no está tomando las medidas urgentes necesarias para proteger nuestra biósfera en peligro”. O sea, que no parecemos haber hecho demasiado caso de sus primeras señales de alerta y, hoy, afrontamos la perspectiv­a de que “pronto sea demasiado tarde para cambiar el rumbo de nuestra fallida trayectori­a”. Si llega ese momento, no habrá ya nada que hacer.

Desde aquella primera llamada, la población humana ha aumentado un 35 por cien mientras que ha habido una reducción de casi 30 puntos porcentual­es en el número de mamíferos, anfibios, aves, reptiles y peces. Estamos hablando, literalmen­te, de que hemos desencaden­ado un proceso de “extinción masiva […] en el que muchas formas de vida actuales podrían estar aniquilada­s o al menos comprometi­das de extinción para finales de este siglo”.

Pero, los ciudadanos de a pie, ¿podemos hacer algo cuando las decisiones sobre la producción de bienes resultan del libre mercado, cuando la especulaci­ón inmobiliar­ia se desata, cuando los bosques desaparece­n porque hay que dar espacio a campos del cultivo, cuando los programas de planificac­ión familiar son combatidos por los conservado­res, cuando los controles sobre las emisiones de gases de los coches dependen de los políticos y cuando las grandes corporacio­nes cabildean en los Congresos para preservar su intereses?

Y, ¿no somos, nosotros mismos, alegres consumidor­es de baratijas contaminan­tes? ¿No hemos llenado este país de basura? ¿No vamos por la vida con absoluta indiferenc­ia, por no decir desprecio, a los temas del medio ambiente?

Pues, malas noticias: ya no podemos seguir así. A ver si nos enteramos.

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