Hacerlo todo estrictamente “a la mexicana”
Algunas preguntas, lectores: ¿no podemos ser un país razonablemente normal como cualquier otro? ¿Necesitamos forzosamente hacer las cosas a nuestra manera? ¿Tenemos que ser excepcionales siempre? ¿Emprender proyectos e implementar acciones “a la mexicana” nos aporta palmarias ventajas sobre los demás?
Veamos meramente dos ejemplos de la extravagante singularidad que con tanta arrogancia cultivamos: el sistema de la segunda vuelta electoral, adoptado en muchas naciones democráticas, ¿por qué tendría que resultar inadecuado para nosotros o ajeno a nuestro “sistema político” o “no pertinente en las actuales circunstancias” o “no aplicable”? Miren ustedes, por lo pronto, las consecuencias de tamaña cerrazón: en las próximas elec- ciones presidenciales no se verá reflejada en las urnas la voluntad mayoritaria de los votantes. Al puntero lo rechazamos seis de cada mexicanos; ahora bien, como le basta con ganar con un tercio de los votos y una ventajita de uno o dos puntos porcentuales (sí, sí, ya sé que fue el caso de Felipe Calderón pero, justamente, de haber existido la segunda vuelta en aquella ocasión, su delantera hubiera sido mayor porque, al no participar ya el aspirante priista en la carrera, suponemos que sus simpatizantes le hubieran dado su voto al panista para cerrarle el paso a Obrador, ¿o no?), entonces afrontamos la perspectiva tenerlo ahí, aupado a la silla presidencial, a pesar de somos mayoría quienes no lo queremos.
La segunda cosa: ¿necesitamos revertir la reforma energética para volver al mo- delo del pasado? Digo, durante decenios enteros nos emperramos en sostener a una empresa poblada de corruptos, mal administrada e ineficiente. La deuda de Pemex, hoy día, es simplemente colosal y es una corporación petrolera que ni siquiera ha logrado producir… ¡gasolinas! Díganme ustedes en qué paraíso vivíamos, gracias a ese petróleo que siempre fue “de todos los mexicanos”, como para que necesitemos ahora restaurar tan esplendorosa antigüedad estatista. ¿Qué riquezas y prodigios añoramos? Más bien, ¿no estamos padeciendo, todavía, las consecuencias de la demagogia, el populismo de antaño y las trasnochadas políticas clientelares?
Ah, pero hemos siempre invocado fieramente nuestra “soberanía” para fracasar, pues sí, muy mexicanamente.