La crisis continúa
Durante un periodo de casi tres meses, el gobierno de Donald Trump desplegó la política conocida como “tolerancia cero” con la que agentes de la patrulla fronteriza separaron a más de 2 mil 300 niños de sus padres.
Ayer, finalmente, el presidente Trump cedió a la presión dentro y fuera de Estados Unidos y firmó una orden ejecutiva para detener la separación de más familias. El problema es que la medida no incluye un plan para reunir a estos menores con sus seres queridos, es decir, Trump diseñó un plan para separar a niños de sus padres sin tener uno para reunirlos eventualmente.
Los niños entraron al radar del departamento de salud y servicios humanos en calidad de menores no acompañados, lo que significa que el gobierno de Trump no tiene un mandato legal ni una estrategia para ubicar a sus padres y restablecer el contacto entre estas familias.
Esta es la cicatriz más evidente de una política inhumana y cruel. Una política que suma a Estados Unidos a la corta pero, deshonrosa lista de países que han ordenado separar a bebés de los brazos de sus madres en el nombre de la ley y en el nombre de Dios, como lo argumentaron varios funcionarios de la administración Trump en las últimas semanas.
Con la orden ejecutiva, Trump pretende tirar un cubetazo de agua al incendio que provocó su tolerancia cero. De poco sirve el gesto para las madres y los padres que hoy se siguen preguntando cómo recuperar a sus hijos. De poco sirve para los hijos que viven el terror y el trauma de permanecer lejos de sus padres.
La reacción de varios sectores de la sociedad estadunidense sirvió para detener el horror de la separación, pero está lejos de ser una solución aceptable. No hay victoria cuando más de 2 mil 300 niños pasan estas horas secuestrados por un gobierno dedicado a criminalizar y deshumanizar a todos los inmigrantes.
Hay hombres que solo quieren ver al mundo arder y cada vez resulta más evidente que Trump es uno de ellos.