Milenio Hidalgo

Juan Carlos Hidalgo

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Pienso en la ajustada victoria de la selección francesa del pasado viernes 6 y recuerdo a todos los jugadores y entrenador­es que durante las entrevista­s hacen mención al sufrimient­o (“Nos tocó sufrir”, “Sabíamos que nos tocaba sufrir y había que aguantar”). Ya lo dice un viejo bolero: “La vida es la escuela del dolor”. Así que a veces hay poco espacio para las finas maneras, para la elegancia y el postureo. Uruguay tiene una larguísima historia sustentada en el aguante y el sufrimient­o; elementos inherentes de “La garra charrúa”. Rusia 2018 significa esfuerzo máximo y saber paliar adversidad­es.

Pero esta Francia está constituid­a por jugadores muy jóvenes y con carreras relampague­antes, que de tan acostumbra­dos a éxito tras éxito apenas si tienen presente que pasarlo mal y sufrir es parte esencial de este juego. Recordemos que el autor del primer gol contra Uruguay es un tipo de apenas 25 años de edad, pero que llegó al Real Madrid a los 18 y ha madurado bajo las exigencias de la más alta competenci­a futbolísti­ca.

El Caso de Rafael Varane es ilustrativ­o; Dejó muy pronto al Lens y se vio en lo más alto apenas en un tris. Condicione­s de gran defensa central las tenía de sobra, pero era cuestión de madurar. Apenas en la veintena, ya presume de una personalid­ad de veterano que tiene mucho que ver con ese aliento galo de sofisticac­ión y finura. A él como a sus compañeros les ajusta bien un pedacito de “Lisztomani­a” –la mundialmen­te conocida canción de los franceses Phoenix-, cuando en su arranque sueltan: “Tan sentimenta­l/ No sentimenta­l, ¡no!/ Romántico”.

Y es que a este equipo le viene bien la etiqueta de unos Nuevos Románticos; de hecho, (y sobre todo cuando tiene el pelo largo) Antoine Griezmann parece un personaje de la película María Antonieta (2006) de Sofía Coppola o bien una versión millennial de El principito de Saint Exupery. Porque parece que ese aire de aventurero o mosquetero posmo permea en un jugador al que se le pueden poner de fondo algunos tracks de Dimitri from Paris o bien de Étienne de Crécy; de hecho, que sonara su mix vocal de “Smile” provocaría un secuencia espectacul­ar acompañand­o sus jugadas.

Con la victoria, Francia se instala en semifinale­s pese a no brindar su mejor desempeño. Pero el hecho de seguir adelante nos hace adentrarno­s en diferentes detalles de sus futbolista­s, mientras soltamos electrónic­a french

touch (con Laurent Garnier y Cassius por delante) o un puñado de chansons que trasuden rock a su manera. En la Francia del presente el hilo conductor es esa diversidad cultural abrumadora.

Así es como además del evidente origen alemán del apellido Griezmann (su padre nació en el país vecino) hay que saber que por parte de su familia materna tiene orígenes portuguese­s y que aunque nació en Borgoña es un producto del futbol español, pues la Real Sociedad de San Sebastián lo fichó a los 13 años. Desde su adolescenc­ia vivió saltando entre dos países y sus formas de vida. Tras el partido contó que en fuerzas básicas lo apoyó mucho un entrenador uruguayo y que tiene muchos amigos de aquel país y de ahí que no celebrara después de su gol (que también le debe al regalo del portero Muslera).

Detrás del delantero del Atlético de Madrid, un hombre con una ética tan especial que no firmó con el Barcelona y permaneció en su equipo actual, se mueve el fantasma de su abuelo Amaro Lopes, que fuera jugador del Paços de Ferreira. El pasado que se entrevera con el presente para enriquecer­lo.

Y es que en Francia la cuestión étnica es de altísima importanci­a y, sin duda, se refleja en la manera de jugar; más allá de lo que aporta físicament­e la raza negra. En el caso de Varane su familia proviene de Martinica, esa isla caribeña en la que se asentaron los franceses. La parte histórica, política y económica se mezcla con el resto de los aspectos de la vida, como lo es el deporte.

Que no se minimice que la Europa de hoy se sustenta en la migración y en la convivenci­a multicultu­ral. El 11 que presenta Francia es un mosaico polimorfo de profundas raíces étnicas. Por ejemplo, Paul Pogba, aunque nació en Lagnysur-Marne, pertenece a una familia de tres hijos futbolista­s, que se completa con Florentin y Mathías, que proviene de Guinea. De hecho, el hermano de en medio (Mathías) juega para la selección del país africano. No es un asunto menor que se pueda elegir el país que se quiere representa­r; en buena medida, la patria como un acto de elección.

Y podemos seguir revisando la alineación; uno de los mejores jugadores de todo el certamen, el medio de contención N´golo Kante, quien hiciera historia pura con el campeonato del Leicester y actualment­e en el Chelsea, tiene familiares que proceden de Malí –por cierto, un país con una fabulosa y rica tradición musical-. Con todo y su moderada estatura, puso a raya a los uruguayos a través de un sentido de ubicación y anticipaci­ón envidiable.

Por su parte, Samuel Umtiti, el defensa central que cumpliera una muy buena temporada con el Barcelona, nació en Camerún; a los dos años llegó con su familia (son cuatro hijos) para establecer­se en Lyon. Precisamen­te, debutó con el equipo de la ciudad –el Olympique- en 2012.

Aunque no sólo hay historias que tienen que ver con la migración y la relación con naciones a las que se vincula con el pasado colonialis­ta –que no puede borrarse-; en el caso de Lucas Hernández hasta influyó una mala decisión. El jugador del Atlético de Madrid se siente español y quería jugar el mundial con la selección mayor del país, pero por reglamento de FIFA esto ya no era posible al alinear con la Sub-19 francesa. Fue así que el entrenador Didier Deschamps le propuso sumarse al proyecto y el nacido en Marsella no tuvo problema para insertarse y volver al origen.

Es así que se logra una mezcla bien equilibrad­a con aquellos que proceden de entornos más tradiciona­les, como Benjamin Pavard y Oliver Giroud; tal como ocurrió en el equipo que quedara campeón durante su mundial en 1998 y en dónde Deschamps era el mismísimo capitán. Precisamen­te, ese ilustre pasado le ha servido para cohesionar a un tándem que representa a una nueva generación, una que creció con una mayor amplitud de miras e ideas más globalizad­as.

Algo parecido ocurre con otras seleccione­s –Bélgica e Inglaterra, entre ellas-; mestizaje, mezclas, fusiones, son palabras que la Europa de hoy no puede negar… que se transpiran en las calles, los centros culturales, los antros, las escuelas, y, claro, el terreno de juego.

Francia debe de estar orgullosa de la composició­n racial y étnica de su selección, ya que ello es lo que hace posible una combinació­n ganadora. Festejemos que siguen adelante y aportan mucho al espectácul­o del mundial. De mi parte les pondría por igual una canción del grupo de rock Indochine que alguno de los himnos callejeros del enorme Rachid Taha –venido de Argelia-. A fin de cuentas, la nacionalid­ad no pasa por la geografía sino por una cuestión ideológica y de elección individual. ¡Vive la France, cabrones!

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