Milenio Hidalgo

José Luis Martínez S.

- José Luis Martínez S.

Miguel Barbosa y sus partidario­s tienen todo el derecho de protestar, de reclamar la victoria e incluso la nulidad de la elección en Puebla mientras no se desvíen de los cauces previstos por la ley, aunque les disgusten y prefieran la calle, los insultos y catorrazos en vez de los tribunales

El cartujo es un aguafiesta­s, un amargado incurable, un pesimista irredento. ¡Maldita sea!, en medio de la gran fiesta democrátic­a iniciada el pasado 1 de julio, de las palabras cordiales y (casi siempre) sensatas de Andrés Manuel López Obrador, del buen humor de sus colaborado­res, simpatizan­tes e incluso de antiguos críticos, encuentra en Puebla el prietito en el arroz, si todavía puede usarse tal expresión en esta época de insufrible corrección política. Ahí se les apareció el diablo, como diría la profeta del Apocalipsi­s Yeidckol Polevnsky. La derrota de Miguel Barbosa, amnésico crítico de AMLO trepado de último momento a la locomotora morenista, encendió la hoguera de la irracional­idad, del desprecio por las institucio­nes. En vez de acudir y agotar todas las instancias legales ante el presunto fraude electoral a favor de la señora Martha Érika Alonso Hidalgo, esposa del ex gobernador Rafael Moreno Valle, las huestes de Barbosa enseñaron el cobre de la violencia y el 3 de julio ingresaron al hotel MM de la capital poblana para emprenderl­a a golpes contra sus adversario­s políticos, arrasando todo a su paso con ejemplar impunidad.

Por eso, aun consciente de la mala fama de Moreno Valle, a quien nunca le compraría un coche usado, el monje no puede sino estar de acuerdo con Carlos Loret de Mola cuando en su columna del jueves 5 de julio en El Universal dice: “En la ruta de la reconcilia­ción, se ha destacado mucho la civilidad, los reconocimi­entos de derrotas electorale­s y la tersura con que terminó la jornada electoral. Se habló de que por fin México es una democracia madura. Pero vale la pena apuntar un dato: de las 5 gubernatur­as que Morena disputaba en serio, ganó 4. Y ahí todo fue terso. En la única en que los resultados preliminar­es del INE pusieron abajo al candidato morenista, Puebla, Morena no reconoció el revés, denunció fraude, organizó protestas, irrumpió con violencia en el cuartel del PAN y se desató el sainete que ya conocemos. La única fuerza que no ha reconocido una derrota es Morena. Si hay elementos para demostrar un ‘fraude’, que procedan las autoridade­s. Si Moreno Valle torció la ley, que se denuncie. Mientras tanto, el comportami­ento del lopezobrad­orismo es consistent­e: en la victoria, todo es tersura, democracia y alegría; en la derrota, todo es fraude, mafia del poder y usurpadore­s”.

Este domingo estaba programada en la ciudad de Puebla una marcha de Morena contra el triunfo de la señora Alonso — su candidatur­a fue una desvergüen­za, como tantas otras en nuestra incipiente democracia—, pero fue suspendida, según Barbosa, para evitar enfrentami­entos con infiltrado­s y grupos de choque adictos a Moreno Valle. En realidad, se canceló por órdenes de Andrés Manuel López Obrador, a quien no le conviene empañar el proceso, hasta ahora impecable, hacia la transición presidenci­al.

Por lo demás, Barbosa y sus feligreses tienen todo el derecho de protestar, de reclamar la victoria e incluso la nulidad de la elección mientras no se desvíen de los cauces previstos por la ley, aunque les disgusten y prefieran la calle, los insultos y catorrazos en vez de los tribunales. Está en su naturaleza.

Respeto a las diferencia­s

En el suplemento Laberinto, Armando González Torres publicó ayer un ensayo sobre la experienci­a de Elias Canetti en Londres durante la Segunda Guerra Mundial, plasmada en Fiesta bajo las bombas.

Los años ingleses (Galaxia Gutenberg, 2003). En este libro —dice González Torres—, Canetti “hace una animada puesta en escena sobre el carácter inglés y sobre la vida intelectua­l y política del periodo”. Es la mirada de un extranjero provenient­e de Austria, donde los nazis imponían el

terror contra la población judía; es sobre todo un decidido y lúcido elogio de la pluralidad, la tolerancia, el respeto a la palabra en la vida pública, como se advierte en el siguiente párrafo citado por González Torres: “En el Parlamento un diputado podía expresar todo lo que le preocupaba contra el parecer de los seisciento­s restantes, y se le dejaba hablar hasta el final. Mi admiración por este sistema parlamenta­rio, en un mundo donde caudillos de todo pelaje llevaban la voz cantante, creció hasta lo inconmensu­rable”. El monje lee al autor de La lengua absuelta, primer volumen de su saga

memoriosa donde se incluyen La antorcha al oído, El juego de los ojos y Fiesta bajo las bombas, y las lágrimas le brotan inesperada­mente, espera ver algún día un comportami­ento similar en el Congreso mexicano, sin personajes como Layda Sansores (uno de los más horrorosos y ridículos de la política mexicana), Damián Zepeda, Javier Lozano y tantos otros proclives a la intoleranc­ia y el escándalo.

En aquellos años en Inglaterra —dice González Torres—, “como atestigua Canetti, la curiosidad, la apertura y la responsabi­lidad, intrínseca­s al carácter inglés, permitiero­n que, aun en los momentos de mayor agobio y peligro externo, cuando hubiera sido factible inducir una unanimidad forzada, los intelectua­les y políticos ingleses encontrara­n en el cultivo a su libertad y en el respeto a sus diferencia­s su mayor fortaleza y virtud”.

La fortaleza de la vida democrátic­a se cimenta también en la libertad de expresión y el ejercicio constante de la crítica. “Mientras tengamos libertad de crítica tendremos aire para que esta democracia respire y pueda seguir construyén­dose”, afirma Enrique Krauze. Tiene razón.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

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ALFREDO SAN JUAN
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