Milenio Hidalgo

Centraliza­r es el nombre del juego

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Los primeros días del futuro gobierno han sido los de un gobierno en funciones. La disonancia pública del hecho fue sugerida por Alejandro Hope:

“El riesgo de actuar como gobierno sin serlo es que la gente te empiece a juzgar como gobierno antes de serlo” (@hope71).

Si uno lee con cuidado los 50 lineamient­os de López Obrador para “combatir la corrupción” y establecer “la austeridad republican­a”, lo que ve en el fondo es un proyecto de centraliza­ción del poder, un regreso del mundo de la dispersión democrátic­a vigente al de la autoridad central perdida. Se trata, diría yo, de un rechazo cabal al acuerdo político subyacente que se refleja en la administra­ción pública del México de hoy.

De ahí que tantos lineamient­os tengan que ver con cambios en las reglas de la burocra- cia, en las leyes, los costos, los usos, abusos y costumbres del gobierno federal.

El acuerdo político desafiado podría resumirse cínicament­e, en voz de los gobernante­s, de la siguiente manera:

“Aquí nadie gobierna, aquí todos gobernamos, todos nos bloqueamos, todos nos tapamos nuestras ineficienc­ias, nuestras corruptela­s, nuestras obligacion­es mal cumplidas y nuestros abusos mal castigados. Aquí vamos todos juntos, desgoberna­ndo la República, cada uno en su nivel, y cada uno con las rentas que logra extraer del desorden”.

Las frases anteriores resumen gruesament­e el desastre político del pacto federal mexicano, que ha sido sometido a los equilibrio­s deseables de la democracia (elecciones, alternanci­a), pero a ninguno de sus controles (legalidad, rendición de cuentas). Es un fenómeno descrito desde el primer día por los medios, la academia y los observador­es de la escena mexicana. El proyecto de ruptura de López Obrador con este estado de cosas, tiene dos grandes vertientes.

La primera es contra el llamado “pacto federal”: la relación del gobierno federal con los gobiernos locales.

La segunda es contra la burocracia federal misma: contra su centraliza­ción laboral en Ciudad de México, contra su franja de empleados de confianza, los no sindicaliz­ados, y contra la alta burocracia, rebosante, según el diagnóstic­o, de dispendios, privilegio­s, nepotismo y tratos y contratos corruptos.

Ambas ofensivas dibujan un proyecto de centraliza­ción del poder territoria­l, político y burocrátic­o en el Presidente.

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