Milenio Hidalgo

Gonzalo Rojas

Gil caminó sobre la duela de cedro blanco del amplísimo estudio y se estrelló contra un librero, y un libro levantó la mano: Memorias de un poeta...

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Gil había terminado la semana como una jerga de cocina. Caminó sobre la duela de cedro blanco del amplísimo estudio y se estrelló contra un librero y un libro levantó la mano: Memorias de un poeta. Diálogo con Gonzalo Rojas (1916-2011) (Editorial Rino, 2002), de Esteban Ascencio. Gil arroja a esta página del fondo estos subrayados. *** Nací con mundo, los dioses me dieron mundo —eso es muy curioso—, y me lo dieron tal vez porque influyeron los buenos maestros que tuve en un internado más espartano que ateniense, donde había mucha gente adinerada —muchachos ricos del riquerío—, y donde yo —muchacho pobre del pobrerío— me ganaba las becas para poder vivir ahí. A los nueve años ingresé a ese internado, donde se nos exigía leer en voz alta, durante algunos minutos encima de una silla, novelas de Julio Verne o historias de hombres ilustres. Todo esto sucedía mientras los demás comían. Aquello era un suplicio, uno se exponía al escarnio y a las carcajadas de los compañeros. Sin embargo, fue en uno de esos días cuando se me dio el prodigio del gran juego verbal, ahí se me dio el neuma y la vivacidad de la palabra. *** La gente ha caído en la tecnolatrí­a fatal. Adoran la técnica y creen que por ahí viene la modificaci­ón. […] Hablando de poesía, yo repito una frase que aprendí en Novalis, poeta del siglo XVIII que murió muy temprano, a los treinta y cinco años, en Alemania. Él dice: “Al fondo de todo poema se vislumbra el caos”. Entonces, si me cancelan el caos, ya no entiendo nada. *** Al entrar en una librería, que estaba en la calle de Esmeralda, me llamó la aten- ción leer aquello que decía: Retrato del

artista adolescent­e. Y lo compré. Leí ese librito en el barco y encontré que Stephen Dedalus era yo, que ese personaje era yo. Vi que estaba viviendo, no todas, pero muchas de las experienci­as de ese muchacho, de ese personaje de James Joyce.

La vida entonces me empezó a funcionar como vida y como literatura al mismo tiempo. Ya no era el esquema de la biblioteca que yo había leído en el colegio, donde empecé a leer inicialmen­te, sino ya era la vida misma. *** […] según dicen, en los poetas las pubertades duran para siempre. Por eso el poeta no sufre el percance de la vejez, ese deterioro fisiológic­o destructor eterno. Lo acompaña una rara luz que funciona contra el moho. Vive como un motor incesantem­ente aceitado. No hay que olvidar estos valores. Yo me siento así con este autoaceita­miento hasta fisiológic­amente, y voy a decir con cierto descaro: si el seso está bien no tiene por qué estar mal el sexo. No tiene porqué. *** Dentro de lo que ha sido mi vida, en general he ido haciendo cosas porque se me han dado, así como se me dio la poesía sin ir a buscarla.

Los dioses me la dieron, lo mismo que la palabra, y ante eso qué puedo hacer yo; desde niño tomé conciencia de ello. Tengo que ser fiel a ese don, porque la palabra es un don que encarna en uno como por azar. Uno no merece la palabra. *** Yo soy las palabras que he escrito, las que me fueron dadas. El Dios y el amor se encuentran definidos en mi obra, en particular en el poema ¿Qué se ama cuando se ama? Ahí está todo, ahí está la perplejida­d, la conjetura, el no saber. Yo no estoy por el saber, estoy por el no sé. Aproximada­mente sé, pero no sé cabalament­e. No llego bien, soy inconcluso y de alguna forma romántico. De ahí mi rechazo absoluto a la exactitutd.

Cuántos son los segundos que tiene el minuto, serán sesenta, por una invención, por un acuerdo. *** Sucede que el poeta no trabaja con los recuerdos y las vivencias exclusivam­ente; el poeta trabaja con la palabra. Eso es lo que la gente no entiende y por eso es tan difícil entender a un poeta. Es endemoniad­amente difícil. El poeta es un animal de palabras, hecho de palabras, de ahí la dificultad y el mudo rechazo de su lectura. No quieren darse el trabajo de indagar en el silabeo, en el mundo desde aquí. No tienen idea de que la poesía es fónica y semántica al mismo tiempo. Y como se hace con palabras, la poesía tiene que sonar, hay una suerte de zumbido. En esto he propuesto la palabra zumbido más que la palabra sonido. *** Aunque los poetas no son letrados, cuando llega el momento es necesario leer a los otros, para no repetir las cosas y para no andar diciendo vaguedades.

Siempre ha sido bueno informarse, pero uno se informa después que ha percibido y sentido el mundo con estas intensidad­es. En la poesía influyen la memoria y la imaginació­n. *** No creo en los premios. Realmente los premios me aburren, me parecen unas trampas asquerosas del éxito. Esa sensación me produce el famoso juego de los premios; sin embargo, últimament­e me ha tocado recibir varios. Paradójica­mente, esa es la verdad. Porque me carga la bulla, aparezco en los periódicos y ya estoy viejo para eso. Aparecer en los diarios, ¿qué le voy a hacer? *** Sí. Los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Glenfiddic­h 15, Gamés pondrá a circular la frase de Clement Rosset por el mantel tan blanco: Nada más frágil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogati­va de lo real. m Gil s’en va

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ESPECIAL El ejemplar.

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