Un solitario en 1968
Durante el movimiento estudiantil, Alejandro Gómez Arias criticó al gobierno y la prensa mexicana; en Siempre! escribió: “Algunos columnistas, articulistas, informadores, como muestra repulsiva de adhesión al poder, se empeñan en despreciar a los jóvenes”
En la antesala del 2 de octubre, el cartujo se encierra en su celda. La tragedia de la Plaza de las Tres Culturas ha acompañado a su generación durante medio siglo. Libros, fotografías, películas, obras de teatro han colocado en su lugar a los protagonistas de esta historia, en la cual la prensa mexicana, salvo excepciones, tuvo un papel infame, de cobardía y complicidad con el Estado. “Prensa vendida” gritaban, con razón, los estudiantes cuando en sus marchas pasaban frente a los edificios de los grandes periódicos, sujetos, es necesario decirlo, a rigurosos controles por parte de un gobierno autoritario.
Entre las voces discordantes de aquel año estuvo la de Alejandro Gómez Arias, líder del movimiento por la autonomía universitaria en 1929. Intelectual crítico, inmune a las tentaciones del poder, en el libro Memoria personal de un país (Grijalbo, 1990), le explica a Víctor Díaz Arciniega su decisión de no incursionar en la política real, pese a tener las puertas abiertas para comenzar un camino ascendente en ese ámbito. “Tal vez —le dice— no pude vencer la natural repugnancia para mezclarme con quienes hasta el ayer inmediato había considerado despreciables, quizá pesaron las lecturas, los libros y las ideas de que también sirven para México aquellos que se apartan, critican, censuran y condenan”.
Como en su momento, en estos días la actitud de Gómez Arias sería considerada extraña y aun excéntrica en la política nacional, donde nadie siente repugnancia por nada ni por nadie y los ideales no son sino estorbos para los próceres del pragmatismo, como se ve en las cámaras de Diputados y Senadores, esos tianguis donde todo se vende o cambia sin pudor. Vocación crítica Alejandro Gómez Arias se inició en el periodismo en 1968, a la edad de 62 años. Había colaborado esporádicamente en la revista
Universidad, en la revista de la Facultad de Jurisprudencia y en Fábula. La insistencia de Julio Scherer lo llevó a las páginas editoriales de Excélsior, donde comenzó el aprendizaje de un nuevo oficio. Desde el principio, fue crítico del gobierno, como lo había sido toda la vida.
En su larga conversación con Díaz Arciniega, señala algo pertinente en el esplendor del priismo, pero también ahora, en vísperas de un nuevo y poderoso régimen. Le dice: “Mire usted, si encontrara y me detuviera en aciertos subrayables de un gobierno cualquiera, sentiría que no estoy cumpliendo con mi función. Eso no me interesa ni me ha interesado. Además, hay profesionales del elogio que lo hacen muy bien y con los que nunca competiré”.
Gómez Arias fue uno de los primeros intelectuales convocados por Scherer al asumir la dirección general de Excélsior. “No me vaya usted a fallar”, le dijo. Él le aclaró: “Mire, Julio, mi colaboración no va a ser tolerada. Desde ahora le digo que cuando ya no se pueda publicar, no se apure”. Y así sucedió, cuando el 18 de septiembre el Ejército tomó Ciudad Universitaria, el viejo líder estudiantil escribió condenando el hecho.
Alrededor de la 11 de la noche, lo llamó Julio Scherer.
—Don Alejandro, solo para decirle que su artículo no se va a publicar.
Gómez Arias entendió la situación, adivinó las grandes presiones sobre el director de Excélsior, quien se escuchaba trastornado, para tomar esa determinación y le pidió dos cosas: explicarle los motivos de la censura y devolverle el original de su artículo. Scherer “hizo algunas aclaraciones y ofreció enviármelo —recuerda—. Semanas más tarde lo recibí. Ya estaba marcado para su impresión, lo que significa que ya había pasado a los talleres y de ahí lo retiraron”.
Alejandro Gómez Arias, Rosario Castellanos, José Alvarado, Abel Quezada fueron algunos de los pocos defensores de los estudiantes en la prensa nacional en ese tiempo de canallas. Desprecio a los jóvenes En la revista Siempre!, donde el mismo 1968 comenzó a colaborar por invitación de su amigo Francisco Martínez de la Vega, Gómez Arias se ocupó también del movimiento estudiantil, criticó las posiciones radicales del gobierno y de los universitarios, pero sobre todo de la prensa aliada o sometida por el poder. El 7 de septiembre escribió: “Si hemos de llegar irremisiblemente a situaciones sin salida ni oportunidades de entendimiento, por lo menos tengámonos dentro de la dignidad. La juventud mexicana puede ser ignorada, convencida, sometida, pero no humillada. Algunos columnistas, articulistas, informadores, como muestra repulsiva de adhesión al poder —que éste no necesita—, se empeñan en despreciar a los jóvenes. Carne inconsciente de agitadores, rebaño perdido, multitudes sin mensaje, imitadores ignorantes de algaradas vacías. Tales son las palabras. Detengamos el torrente; no todos pueden erigirse jueces de los jóvenes. Quienes tengan vidas rectas, mentes generosas, manos limpias, que hablen. Pero solo esos”.
Alejandro Gómez Arias nunca se consideró periodista. Siempre defendió su independencia y cultivó la soledad, el aislamiento en medio de una ajetreada vida pública. A Díaz Arciniega le dijo: “Mi lealtad hacia la verdad ha sido mi única causa, mi única militancia”. No es poca cosa en un mundo poblado de intereses mezquinos, de veletas ideológicas, de oportunistas dispuestos a todo por un plato de lentejas. El de Gómez Arias, ese gran solitario, es un nombre inolvidable para los jóvenes del 68 y de cualquier otra época.
Queridos cinco lectores, en su encierro, alumbrado por las velas de la amistad, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.