Valeria Moy
“Se eligió dejar pasar una vez más una oportunidad de desarrollo”
No, no es solo el aeropuerto. No es solo la cancelación de la obra de infraestructura más importante de los últimos años. Tampoco es la reacción de los mercados ni la pérdida en el valor de capitalización de la bolsa o la depreciación de la moneda. No es únicamente la volatilidad, ni la reacción de las calificadoras. Es eso y tantas cosas más.
La forma en la que se materializó un capricho del presidente electo justificando la cancelación bajo el disfraz de una consulta hecha a modo nos deja ver, sin asomo de dudas, lo que podemos esperar. Pero en esta discusión aeroportuaria —que en realidad va más allá del aeropuerto— la consulta fue solo el inicio. Las reacciones posteriores a la decisión por parte del futuro presidente y de miembros de su equipo han sido lamentables. Se mintió con los datos y con el supuesto respaldo del gobierno francés. Se despreció la reacción de quienes no están de acuerdo y se polarizó aún más llamándolos corruptos. Se vendió la ilusión de un lago y se engañó abiertamente con el inexistente proyecto de Santa Lucía. Hace unas semanas López Obrador decía que se le dejaba un país en bancarrota y a pesar de esa creencia optó por tirar miles de millones de pesos a la basura. Optó también por dejar pasar la oportunidad de mandar un ejemplo en su batalla contra la corrupción. De hecho, ha sido profundamente inconsistente en su mensaje. Ha criticado el proyecto por la corrupción que aparentemente existe, al tiempo que ha prometido trasladar los contratos vigentes al nuevo proyecto. De respeto a la legalidad mejor ni hablamos.
No son pocos ni irrelevantes los costos mencionados. Pero quizás el mayor costo sea el que aún no vemos. Ese que es difícil de visualizar y difícil de cuantificar. Se eligió, de forma consciente, dejar pasar una vez más una oportunidad de desarrollo. La capacidad productiva del país da para crecer entre 2.5 y 3 por ciento. Si la cifra oportuna de crecimiento del PIB del tercer trimestre de este año se confirma en unos días, el crecimiento promedio anual de la administración saliente será 2.5 por ciento.
Claramente esa tasa no es suficiente para una economía emergente como México. Tampoco es suficiente para alcanzar mejoras en la calidad de la vida de los mexicanos ni para disminuir la pobreza. Pero crecer más, de forma sostenida y estructural, no será posible a menos que se logre incrementar la capacidad productiva del país. Hay que crear infraestructura, no como medida de gasto público, sino como detonante de actividad económica. No es construir por construir. Es evaluar y decidir los mejores proyectos a los que hay que destinar los recursos. Es conectar.
Tener un aeropuerto con capacidad para más de 100 millones de pasajeros al año no nos ubicará instantáneamente como economía desarrollada, pero no tenerlo estanca la capacidad productiva del país, limita la conectividad y frena el desarrollo.
Todos queremos un México que crezca, en el que la pobreza y la desigualdad disminuyan. Eso se logra con educación, con mejor gestión de los recursos públicos, con infraestructura, con estado de derecho. No se canceló un aeropuerto, se canceló, una vez más, una oportunidad de ver hacia adelante.
Hay que crear infraestructura como detonante de la actividad económica