Milenio Hidalgo

Migrantes. Unos 5 mil cruzaron por Tepeji ayer

La niña tiene hambre. Juega mientras su papá sonríe. Su madre observa el panorama y no esconde su preocupaci­ón. Comienzan a ofrecer comida en el punto de atención sobre la carretera. No duda en correr por algo.

- FRANCISCO VILLEDA

Al personal que apoya en el puesto instalado por autoridade­s religiosas y civiles se le escapa una lágrima por la magnitud de la crisis humanitari­a. Los niños agitan sus manos para decir adiós, desde el interior de un contenedor de tráiler, inocentes, sin saber la larga travesía que aún les aguarda. A pesar de ello, a pesar de todo, los migrantes no se detendrán, advierten, y con lesiones, en silla de ruedas, con carriolas o simplement­e a pie avanzan, avanzan a un destino incierto al llegar a la frontera.

Al personal en el puesto instalado por autoridade­s religiosas y civiles se le escapa una lágrima de cuando en cuando... “¡Nadie es ilegal! ¡Gracias por todo, que Dios se los pague!”, gritan mientras se alejan del puesto de auxilio

El mismo día que sepultó a sus dos hermanos, quienes le ayudaban con la manutenció­n de la familia y fueron asesinados por la Mara Salvatruch­a, doña María Luisa Cázares, de 55 años, dejó Honduras junto con dos de sus hijos y una hermana, para unirse a la caravana migrante a fin de darle una mejor vida a los suyos.

Ese fue el motivo que impulsó a esta mujer hondureña, para dejar la miseria y violencia de su país. Salió con dos de sus seis hijos, Javier Antonio y Juan José Orellana Cázares, y su hermana.

Cualquier cosa ahora es mejor que el horror de la violencia y la pobreza, dice junto al puesto de apoyo instalado junto a la autopista a la altura de Tepeji. En su semblante es evidente la preocupaci­ón. La mujer afirma que el gobierno de su país se ha encargado de empeorar las condicione­s de vida para expulsarlo­s: antes se dedicaban al campo, ahora ya ni eso pueden hacer porque el gobierno los despojó de sus tierras. Por ello decidió migrar y no dudo en traer consigo a su hijo de 15 años con Síndrome de Down.

Juan José, un niño especial dice, se entretiene jugando con su hermano. Es un niño migrante que viaja feliz, aunque con un destino incierto: “Trump ha dicho que va a dejar pasar a los que cumplan con todo, nosotros somos gentes de bien, no somos malos, venimos huyendo de la violencia”, dijo doña María Luisa.

Se sentaron a pie de carretera a esperar un “aventón” para avanzar hacia Querétaro. Casi una hora después un hombre a bordo de un Tsuru se llevó a la familia para acercarlos a su destino.

Ahí cerca, William Barrera, un joven de 26 años espera junto con su esposa y su niña de 3 años, un aventón hacia la misma entidad.

La pequeña de tez morena jalonea inocenteme­nte a su padre, juega con él, ahí a escaso metro y medio del carril de baja de una de las autopistas más peligrosas del país. Hace 25 días salieron de Honduras; él trabajaba en el transporte público, pero “con lo que ganaba alcanzaba para comer, para vivir al día, pero no para hacernos de una casa”.

La niña tiene hambre. Juega mientras su papá sonríe. Su madre, una joven de 26 años, observa el panorama y no esconde su preocupaci­ón. Comienzan a ofrecer comida en el punto de atención dispuesto por la parroquia y autoridade­s municipale­s y estatales sobre la carretera. No duda en correr por algo para alimentar a su familia. Al verla, el hombre se repliega a la banqueta para sentar a su hija, que coma.

Sin alcanzar a dimensiona­r la proeza que están realizando junto con sus padres, los niños viajan con alegría, con una sonrisa, ellos revitaliza­n la caravana, el éxodo.

Los niños y las mujeres son los primeros en subir a los camiones dispuestos por el DIF y Protección Civil locales para llevarlos de San Juan, en Tepeji, a Soyaniquil­pan, en el Estado de México.

Un hombre que minutos antes había cambiado de ropa a su niño, con quien viaja sólo, corrió con su pequeño cuando vio que un ca- mión se acercaba para darles un aventón. Al llegar levantó de un brazo al pequeño, con la esperanza que alguno de los que ya estaba arriba lo ayudara a subirlo.

¡Alberto, Alberto! Grita una mujer, quien busca a su hijo pequeño, quien se acercó a la camioneta para subirse, pensando que su familia lo haría. La madre lo alcanzó para reprenderl­o: “¡Acaso viste que me fui para allá, no te vayas, te puedes perder!”, le dijo.

La mujer viaja con toda su familia. Sus dos jóvenes hijas la acompañan, y llegaron a Tepeji en la camioneta de un hombre que les dio un aventón.

Algunos jóvenes viajan solos, como Marjorie, José Antonio Ortiz y German, de 18, 15 y 15 años, respectiva­mente. En el camino se encontraro­n. Sus papás se quedaron en Honduras.

Marjorie es quien ha tomado el mando. La joven les pide que se regresen al puesto de apoyo, Algunas personas que viajaban en un auto les obsequiaro­n huevos hervidos.

German cuenta que su padre es policía en Honduras; su madre también trabaja, pero aun así no les alcanza para vivir.

Al personal que apoya en el puesto instalado por autoridade­s religiosas y civiles se le escapa una lágrima de cuando en cuando, por la magnitud de la crisis humanitari­a.

Más de 5 mil migrantes cruzaron Tepeji, según estimacion­es de las autoridade­s.

Los niños agitan sus manos para decir adiós, desde el interior de un contenedor de tráiler, inocentes, sin saber la larga travesía que aún les aguarda.

A pesar de ello, a pesar de todo, los migrantes no se detendrán, advierten, y con lesiones, en silla de ruedas, con carriolas o simplement­e a pie avanzan, avanzan a un destino incierto al llegar a la frontera.

¡Nadie es ilegal! ¡Gracias por todo, que Dios se los pague!, gritan los migrantes mientras se alejan del puesto de auxilio.

Difícilmen­te volverán a ver a quienes en Tepeji les tendieron la mano…

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FRANCISCO VILLEDA Algunos conductore­s detienen sus vehículos para acercarles a su próximo destino.

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