¡El avión, el avión!
Hace mil años, un querido amigo hizo su primer viaje a Nueva York en la época en la que era miembro del viejo Partido Comunista Mexicano. Me contó que no podía dejar de mirar con fruición y avidez todos aquellos rascacielos que se tragaban las nubes y la luz avasalladora e infinita de los anuncios en Times Square. Con no poca sorna y algo de extrañeza, todavía mareado ante todas esas visiones que le taladraban sus ojos como platos, le confió a un camarada que venía con él: “¿Y de verdad queremos acabar con todo esto?”.
Así me sentí justo cuando vi el video de los interiores del avión presidencial que con tanto buen tino y sentido arácnido mandó comprar ese dechado de humanismo que es Jelipillo Calderón, solo para que mi licenciado pudiera darle vuelo a la hilacha urbi et orbi. Imposible repetir tanto lujo y tanto buen gusto en un derroche solo apto para pachás, jeques e hipermultimillonetas rusos; algo que no puede sino hacer sentirte orgulloso como mexicano que tu preciso y sus correligionarios pudieran disfrutar de tal maravilla de la ingeniería aeronáutica, aunque de pronto se descompusiera cual pesera destartalada.
De hecho se me hizo mala onda que Amlove no le ofreciera un último vuelo de cortesía a don Enrique, luego de las cosas tremendas que le dijo el sábado en San Lázaro. No se vale. Bueno, hasta mal habló del neoliberalismo que tantas maravillas ha dejado en México, donde no podemos dejar de gozar con los altísimos niveles de desarrollo y bienestar social que nos ha prodigado.
Digo, ¿quién no querría disponer a la hora que sea de esta aeronave, en lugar de hacer todas las engorrosas tramitologías aeroportuarias?
A lo mejor Andrej Manué, por sus orígenes y debido a la obligación autoimpuesta de no fallar, teme caer en las trampas del aburguesamiento. Le pasa lo que a Eddie Vedder, líder de la banda Pearl Jam, que a pesar de su exitoso comienzo, o debido a él, vivía en una furgoneta desvencijada en medio de la calle “para no perder su esencia”.
¡El avión, el avión!, gritaría Tatú en la Isla de la fantasía!
Se me hizo mala onda que no ofreciera un último vuelo de cortesía a don Enrique