Milenio Hidalgo

El México de ladrones en un cuento de Calvino

- Alfredo C. Villeda

El cuento se llama “La oveja negra”. Trata sobre un país donde todos son ladrones. Cada uno sale por la noche a saquear la casa del vecino y, al alba, halla la suya desvalijad­a. Así vivían en concordia y sin daño. El gobierno en esa nación era una asociación creada para delinquir en perjuicio de sus súbditos y éstos solo pensaban en defraudarl­o.

“Pero he aquí que, no se sabe cómo, apareció en el país un hombre honrado. Por la noche, en lugar de salir con la bolsa y la linterna, se quedaba en casa fumando y leyendo novelas. Llegaban los ladrones, veían la luz encendida y no subían. Esto duró un tiempo; después hubo que darle a entender que si él quería vivir sin hacer nada, no era una buena razón para no dejar hacer a los demás. Cada noche que pasaba en casa era una familia que no comía al día siguiente”, nos cuenta Italo Calvino.

Este cuento retrata en su brevedad y maestría una historia y una realidad semejantes a las nuestras. Un México en el que lo natural ha sido por décadas el robo, la corrupción, la proclivida­d a sorprender al prójimo. Todo un sistema basado en sacar ventaja, desde un vendedor de tamales que te escatima una porción de carne dentro de la masa hasta una trasnacion­al que baja la calidad y el tamaño de sus productos mientras más grande es el proceso industrial.

El carnicero que te quita unos cuantos gramos en cada kilo despachado y el que por sistema los agrega para venderte más de lo que pides. El taller automotriz que no repara una avería, sino que te vende toda una pieza. El seguro que te cobra religiosam­ente tu mensualida­d pero antepone mil leyendas con letra chiquita cuando se trata de hacer uso de las primas. El doctor de hospital privado cuyo diagnóstic­o inicial implica una operación carísima antes que someter al paciente a un tratamient­o.

Décadas de gobiernos de los tres niveles que hacen como que gobiernan y de ciudadanos que hacen como que pagan sus impuestos y cumplen sus obligacion­es. De autoridade­s que dizque administra­n y una abultada burocracia que dizque trabaja. De pueblos dedicados en su conjunto al delito, huachicol o narcotráfi­co, y de mandos constituci­onales que miran a otro lado porque esa base social y esos ingresos mantienen a flote la región.

En el país donde todo mundo quiere sorprender al prójimo, desde las más humildes actividade­s del comercio informal hasta las grandes empresas que incumplen contratos, duplican costos y evaden impuestos, los que no salen a robar de noche, como en el cuento de Calvino, rompen la armonía y los usos y costumbres. Son la excepción. Y ni siquiera una gran voluntad podrá cambiar la situación. Su único modo es el voto.

El desenlace de “La oveja negra” no es nada halagüeño: “Pocos años después del advenimien­to del hombre honrado, ya no se hablaba de robar o de ser robados sino solo de ricos y pobres; y sin embargo todos seguían siendo ladrones. Honrado solo había habido aquel fulano, y no tardó en morirse de hambre”.

“Honrado solo había habido aquel fulano, y no tardó en morirse de hambre”, cuenta Calvino en su cuento

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