Nadie elige lo que no conoce
De cara a la puesta en marcha y afinación del ambicioso proyecto que la Secretaría de Cultura federal se ha propuesto democratizar la cultura haciendo efectivo el derecho constitucional de acceso a los bienes y servicios culturales, así como el reconocimiento, protección y fomento de las expresiones comunitarias y/u originarias, sigo pensando que se está ante una oportunidad histórica que hay que cuidar para que no se desperdicie en cumplir expedientes políticos ni en golondrinas que no producen verano. Lo cierto es que las comunidades y municipios han estado históricamente tan abandonados de servicios culturales, que no existe en la gran mayoría la costumbre del consumo cultural. Los números de la cuenta satélite de cultura del Inegi (2012) sobre este tema son profundamente desalentadores e ilustran lo que acabo de sostener.
Centrándome solo en la disciplina del teatro, 95 por ciento de mis conciudadanos nunca ha pisado un recinto teatral. Las visitas a museos van por los mismos números y el promedio de lectura anual del mexicano es de 0.5 libros. Resulta, pues, aterrador que nueve de cada 10 personas de este país no conocen o han asistido al teatro.
Por supuesto que ha habido un proceso de pauperización del nivel educativo de los mexicanos, pero no sería descabellada la hipótesis de que los consumos culturales (y teatral en específico) no es muy diferente al de los años previos a la Revolución. Lo cual no demuestra