Estrategia contra el huachicoleo, herrada.
Si el Presidente no lee lo que estoy a punto de escribir, este texto no tendrá sentido. Un desperdicio. El tiempo cavilando, escribiendo y corrigiendo habrá sido tiempo perdido. Dará exactamente igual. Igual. ¿Valdrá la pena escribirlo? Es más, si este texto no lo leen más hombres que mujeres, tampoco valdrá la pena haberlo escrito. También dará igual. Y es que voy a hablar de hombres y de mujeres, de madres y padres, de esposos y esposas, de hijas e hijos, de amigas y novios, de un gabinete y de un Presidente. Es decir, voy a hablar de todos. Ya no de la causa de las mujeres, porque esa, al parecer, se estanca en la paridad. Voy a hablar de una causa de todos. De las diferencias entre nosotros, pero también de lo que es igual y que, al parecer, da igual.
La Diferencia. Las mujeres son distintas de los hombres. Ya sé que esta frase me la tacharían en más de un foro, pero sin reparar en esencialismos, biologicismos o un debate conceptual, subrayemos que justamente así lo entienden los criminales del Norte, los del Bajío, como muy bien explica Xavier Gutiérrez.
El crimen opera en lo más simple, en lo básico, por eso escogen mujeres. Porque los criminales entienden la diferencia que en esencia y sentimiento existe. La hipótesis puesta a prueba cientos de veces de que las eligen a ellas porque así hieren en donde más duele. Desde la antigüedad, pasando por la mafia y hasta llegar a nuestra patria, las mujeres como referente de la familia: la madre, la hermana, la hija. Por eso la crudeza, se saben desgarrando las fibras más sensibles. Porque hacen más daño, porque hieren más hondo.
Así lo entienden los criminales, ahora entendámoslo nosotros. Todos. No se trata de una causa de mujeres, es una causa humana. Insisto. Pensar que esta es una causa de mujeres sería tanto como pensar que un niño víctima de pederastia constituye una causa de hombres. Humana. Como humana es la tristeza, la rabia y las ganas que a todos nos dan de abrazar y contener a ese niño. La imposible esperanza de que al desanudar el abrazo el niño vuelva a ser niño y ese crimen no exista. Ese sentimiento humano es el que debe ser compartido. Con las chicas a las que arrojan ácido en la cara, con las mujeres violadas, con las niñas violadas, embarazadas.
Lo igual que da Igual. ¿Por qué da igual? Porque no alcanza ni para entender ni para explicar ni para resolver. ¿De qué sirve medirnos en sillas de Consejos Ejecutivos? No parar hasta que las mujeres y los hombres tengan un número igual. O en puestos de dirección o en número de gobernadores o de generales o de cazadores de mantarrayas. Es más, ¿de qué sirve tener igual número de mujeres que de hombres en el gabinete si los problemas de las mujeres no son una prioridad? Por lo menos así lo dijo el Presidente, la prioridad es la corrupción. Punto, ya está. Con lo cual, el apasionado discurso de la secretaria de Gobernación y la paridad también dan igual.
Yo no quiero un asiento en ningún consejo, no quiero ser gobernador y no quiero ser general, pero me resulta indispensable que los hombres entiendan la angustia de una mujer que necesita una estancia para dejar seguros a sus hijos antes de irse a trabajar. Es más, con que uno solo lo entienda, ya no dará igual.
¿De qué sirve tener 50% de mujeres en el gabinete si sus problemas no son una prioridad?