¿Play that Fonca music?
El problema de fondo —o el problema del Fondo— es endémico: el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes acusa un marco normativo frágil, sin mayor andamiaje institucional que un mandato depositado en Banamex. Carente de certeza jurídica, el Fonca podría desaparecer a placer del Ejecutivo sin mediar reforma constitucional o siquiera voto legislativo. No es institución sino mero mecanismo para captar “donativos” y aplicarlos. Cierto: desde su creación ha funcionado de manera ininterrumplida y con razonable solvencia, pero el mérito es de personas concretas y no de una arquitectura jurídica que se antoja pobre, apresurada y endeble.
El señalamiento es pertinente tras la pifia del pasado jueves en la Biblioteca de la Ciudadela donde, en torpe ausencia de su titular Mario Bellatin, el subsecretario de Desarrollo Cultural Édgar San Juan y el coordinador ejecutivo del propio Fonca, Roberto Frías, intentaron entablar con integrantes de la comunidad artística un diálogo que terminó en zafarrancho.
Cabían acaso dos modalidades para ese encuentro: la escucha en mesas de trabajo temáticas de las inquietudes de la comunidad en tanto insumos para la posterior elaboración de una propuesta, o la presentación de un proyecto terminado para su enriquecimiento.
Las autoridades optaron por un modelo híbrido e ineficaz: exposición de un diagnóstico somero y sumario del funcionamiento, avance de ocurrencias con poca viabilidad (vg. eliminar convocatorias y atender solicitudes de manera permanente, sin evidencia de planeación operativa ni presupuestal) y entrega desordenada del micrófono a unos asistentes que, salvo excepciones, más que ejercer la voz cultivaron el vociferio. ¿Que los apoyos se concentran en tres entidades? Es comprensible en virtud de la pobre oferta de educación artística en la mayoría de los estados, problema de raíz a atender. Para ello, sin embargo, sería menester desarrollar una política educativa y cultural integral, lo que no parece prioridad para un Ejecutivo federal más interesado en la rentabilidad electoral de los apoyos que prodiga que en un proyecto de país.
La música —toda ruido y furia— sigue sonando.
El Ejecutivo, más interesado en la rentabilidad electoral