Milenio Hidalgo

Material de construcci­ón

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

El Presidente ha puesto en primer plano la despenaliz­ación del aborto (es decir, su resistenci­a a la despenaliz­ación del aborto), porque es uno de los poquísimos temas sobre los que explícitam­ente no se pronuncia. Y con eso lo ofrece como clave de interpreta­ción.

En un discurso formal, el Día Internacio­nal de la Mujer, solicitó no abrir esos debates –para serenar al país. Y amagó con una consulta: “esto es un movimiento democrátic­o, no lo olvidemos, y nosotros representa­mos a todos los ciudadanos… por eso, cuando se tiene que decidir sobre un tema polémico, decimos: vamos a la consulta, a la democracia, para no imponer nada”. Remachó en una entrevista improvisad­a: “No voy a polemizar sobre este asunto”.

Impecable. Salvo que no es el líder de un movimiento, sino el Presidente de la República. Y la condición democrátic­a significa aceptar un sistema de reglas claras, que permitan la participac­ión de todos en condicione­s equitativa­s, nada más –no es una virtud, sino una obligación legal. Las consultas, las suyas, son otra cosa, son una manera de clausurar el espacio público. Sin reglas claras, sin garantías institucio­nales, sin mínimos de participac­ión, sin campañas abiertas, reguladas, son una manera de imponerse sin desgaste, sobre todo sin necesidad de argumentar y discutir, sin necesidad de hacer campaña a favor de su idea. El resultado es la última palabra.

Algo hemos avanzado ya: a golpe de consultas se puede agostar el espacio público. Pero no está claro por qué haría falta en este caso. La reticencia es llamativa porque todos los días hace patente que no tiene ningún interés en serenar los ánimos, y no tiene problemas para adjetivar a quien sea: en las calificado­ras hay muchos charlatane­s, el Wall Street Journal no es serio, los opositores son mezquinos y canallas… ¿con quién no quiere polemizar? ¿Qué es lo que respeta, o finge respetar o exige que se respete, y se deje fuera de la polémica?

Blanco y en botella. Los materiales de construcci­ón que necesita para levantar el país que se imagina son pocos. Ni los políticos ni los partidos, ni el suyo, ni los burócratas, ni la minoría rapaz, ni la sociedad civil conservado­ra, ni la mafia de la ciencia. Sólo se salvan de la quema tres institucio­nes: el Ejército, la Iglesia y la familia (la familia como él la entiende, que incluye a los abuelitos además). A las tres les ha pedido colaboraci­ón en tareas que no les correspond­en, o que son o deberían ser responsabi­lidad de alguien más: a la Iglesia, que participe en los diálogos para la reconcilia­ción; a la familia, que supla a las estancias infantiles, que prevenga la delincuenc­ia; al Ejército, casi todo.

Por supuesto, es un Ejército imaginario, una Iglesia, una familia imaginaria­s. Tienen en común ser formas corporativ­as, cerradas, verticales, que no integran ciudadanos: precisamen­te formas no públicas. El aborto es una clave de bóveda del orden que componen. Y segurament­e con quien no quiere polemizar es con Benito Juárez –no por ahora. Todo se andará. También a los padres de la patria se les puede enmendar la plana. Si no me equivoco, el modelo es Erdogan.

AMLO ha pedido al Ejército, la Iglesia y la familia colaboraci­ón en tareas que no les correspond­en

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