C. L. Philippe: más allá de las palabras
Tiempo atrás consideré que restituir —devolver al panorama— temas y autores era una tarea entretenida, ahora la creo esencial. No por cuestionar o criticar obras, todo lo contrario: hablar de ellas implica hacer justicia ante el menosprecio que algunas obtuvieron. El caso de Charles-Louis Philippe (Cérilly, 1874-París, 1909) da mucho para comentar y sin embargo hay un gran silencio en torno al autor que inspiró a André Gide, cuyo nombre sí resuena. Así como George Steiner opina sobre la obra de Chéjov que dos páginas que escribiera bastaban para crear un mundo, uno nunca olvida las voces: si aguzamos el oído la voz de Philippe provoca un eco que repite con total nitidez las palabras de un maestro que recorre siglos.
La versión fílmica de Bubu de Montparnasse de MauroBolognini(1971),musicalizadaporCarloRustichelli, quien compuso piezas orquestales para casi mediocentenardepuestasenescena,lebrindaaeste drama original de Philippe (libro que Eugenio d’Ors cataloga como “excepcional” y T. S. Eliot lo equipara inclusive con cuentos de Dostoievski y Dickens) una cadencia perfecta. Con él, sucede un fenómeno similar al que ocurre con el Conde de Lautréamont (Isidore Ducasse), Jules Laforgue y Jules Supervielle, tres uruguayos de nacimiento, que con una sola obra extraordinariaquedanalasombradeautoresprolíficos, pero inferiores. Surgen términos que de tan propios son de otros; con un gesto de ignorancia perdemos las cátedras ajenas que imparten una lección de vida y también de muerte.
Philippe es el modelo adecuado para utilizar como referencia en tanto a alguien “inescrutable”, en sus líneas aparenta claridad, una conciencia de los hechos reales pero la trama resulta ficticia, despertando en el lector de manera sucinta la curiosidad literaria aletargada que cuesta varios títulos espabilar.
Un hombre y una mujer se encuentran (durante aquella época parece imposible que en la línea discursiva dos personas del mismo género lograran hallarse): amor, enfermedad y muerte, una secuencia bastante común y aun así, siempre surge con renovada descripción. Philippe no consideró la reacción que provocaría esta novela, tampoco pensó que alcanzaría a tener consecuencias a través de los años, aunque sabía que cumpliría un papel social.
En esta historia va conjugándose la pobreza, lo proletario de una literatura que da con una acepción ontológica irrefutable. Un dogma de fe que implica una redención, un trascender las vicisitudes: la búsqueda de la insoluble belleza difunde la palabra hasta que “los adjetivos sobran”.
Con un gesto de ignorancia perdemos las cátedras ajenas que imparten una lección de vida