Milenio Hidalgo

La semilla del Movimiento

- TOMÁS CANO MONTÚFAR

En la jerga política la palabra “línea” se interpreta como una orden, una disposició­n tomada en las alturas que se debe acatar sin chistar. Mientras más incomprens­ible sea la ordenanza, contraveng­a las ideas propias o afecte los intereses personales, mayor será la prueba de disciplina que un político supeditado debe demostrar para ser confiable.

En teoría los militantes de un partido político tienen las mismas causas y estrategia­s para alcanzar el poder y por lo tanto resultaría extraño lo contrario; que en el ejercicio del poder hubiesen voces discordant­es. La “línea” entonces se establece desde el germen del movimiento y el impulso de todos es una obligación que la hará posible. Teoría al fin.

Es muy común --hasta en sociedades con alto desarrollo-- que se confunda entre la polvareda de un movimiento político la causa con el líder. Se extravía la causa porque prevalece el líder. La causa es abstracta y el líder es cierto. Legitimo o no, quien encabeza la corriente por méritos o circunstan­cias, termina por engullir cualquier ideología.

Al tomar el poder se pervierte la ecuación. Desde la silla de mando la visión se amplía en todos los sentidos y las causas de origen cada vez se hacen pequeñas ante las urgencias de gobierno que se presentan imposterga­bles. En ese momento la “línea” se transforma en orden alimentada con retórica.

La eficacia para gobernar hará posible que un líder se sostenga en el puesto, pero siempre, en ciclos que se cumplen sin remedio, el abandono de los principios es la semilla para un nuevo movimiento. Son lecciones de la historia que muy pocos perciben a pesar que algunos soldados de trinchera siente en carne propia la agresión de una orden encubierta de doctrina.

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