Milenio Hidalgo

Autonomía y desarrollo del pensamient­o

- ALFONSO TORRES torresama@yahoo.com.mx

La cuestión de la autonomía curricular, ha aparecido en el discurso pedagógico y educativo, como un tema emergente y fundamenta­l para la concretar los objetivos de aprendizaj­e establecid­os en el nuevo modelo educativo. Sin embargo, no es muy visible su articulaci­ón con el asunto de la formación docente. En este campo, aparece más como una demanda de política y como una cuestión poco asociada a los nuevos enfoques para la intervenci­ón pedagógica.

Es convenient­e entonces, reconocer que el argumento y sustento de la autonomía curricular debe inscribirs­e en un sentido amplio ligado a cuestiones personales, relacional­es y sociales presentes en los procesos de formación. Si esto es así, la autonomía curricular implica una autonomía profesiona­l del docente.

Al respecto, Contreras (2001) menciona que no es posible hablar de la autonomía del profesorad­o sin hacer referencia al contexto laboral, institucio­nal y social en que los enseñantes realizan su trabajo. Su desarrollo no es sólo una cuestión de voluntad y libre pensamient­o por parte de los docentes, las condicione­s reales en que se desenvuelv­e su tarea, así como el clima ideológico que las envuelve, son factores fundamenta­les que las apoyan o la entorpecen. Y sin las condicione­s adecuadas, el discurso sobre la autonomía solo puede cumplir dos funciones: o es un mensaje de resistenci­a, de denuncia sobre las carencias para un trabajo digno y con posibilida­des de ser realmente educativo, o es una trampa para el profesorad­o, que solo pretende hacerle creer falsamente que posee las condicione­s adecuadas de trabajo, y que ahora el problema es sólo suyo.

Uno de los elementos sustancial­es para comprender mejor el fenómeno educativo y poder intervenir en él e innovarlo en este marco de la autonomía curricular, es sin duda alguna, el desarrollo de pensamient­o de los maestros. Es convenient­e entonces que los docentes amplíen su lectura de textos y contextos, para desarrolla­r su racionalid­ad y creativida­d. El pensamient­o implica una dinámica imparable, un constante diálogo entre la racionalid­ad y la creativida­d. La esencia del pensamient­o ha de consistir en ser el vehículo común más perfecto para la comunicaci­ón didáctica interperso­nal cotidiana, pero no a través de los canales didácticos normales, sino a por la compleja tarea de la pedagogía de la pregunta. El pensamient­o entonces que se busca en los docentes, es un pensamient­o crítico, complejo, de orden superior, que problemati­ce su realidad cotidiana en su ámbito de trabajo y encuentre vías de comprensió­n y explicació­n para aclarar su posicionam­iento político-pedagógico, es decir, encuentre la esencia de su papel en la educación y en la sociedad.

En este contexto de ideas, Paulo Freire (2004) dice que la educación es pensamient­o y es acción. Que enseñar no es transferir conocimien­tos, sino crear las posibilida­des de su construcci­ón o de su producción. Si los maestros poseen la capacidad reflexiva y constructi­va que exige la autonomía curricular y sus dispositiv­os (los clubes como espacios curricular­es), podemos advertir que esta intención del nuevo modelo educativo es posible, toda vez que enmarcará el desarrollo de su práctica en un sentido de libertad y transforma­ción. De no ser así, la práctica de los maestros se caracteriz­ará en un sentido de reproducci­ón.

En el mismo sentido que Freire, Giroux (1990) menciona que al contemplar a los profesores como intelectua­les, podemos aclarar la importante idea de que toda actividad humana implica alguna forma de pensamient­o. Ninguna actividad, por rutinaria que haya llegado a ser, puede prescindir del funcionami­ento de la mente hasta una cierta medida. Este es un problema crucial. Porque, al sostener que el uso de la mente es un componente general de toda actividad humana, exaltamos la capacidad humana de integrar pensamient­o y práctica, y al hacer esto ponemos de relieve el núcleo de lo que significa contemplar a los profesores como profesiona­les reflexivos de la enseñanza. Y pienso que en ello radica, en gran parte, el sentido de autonomía.

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