Adiós a Fermín
Sin duda uno de los teatros más peleados y queridos por la comunidad teatral capitalina es el Teatro El Galeón Abraham Oseransky, que hace parte del Centro Cultural del Bosque del Inbal. En las paredes de esa bodega que terminó convertida en un foro palpitante y con una historia increíble, las mujeres y hombres que
le habitan de cotidiano son los personajes invisibles para el público: vestuaristas, taquilleras, acomodadoras, luminotécnicos, tramoyistas, utileros, etc. Ellos y ellas son la sangre que día con día hace posible que se llegue a la tercera llamada y arranque la magia que se debe a ellos tanto como a los realizadores, directores, dramaturgos y actores del espectáculo que esté en cartelera en ese momento. Y hay viejos lobos de mar, y en el caso de El Galeón, la metáfora no puede ser sino exacta. Uno de ellos ha partido recientemente: Fermín Sánchez Jiménez, el jefe de tramoya.
Conocí a Fermín en 1995 aunque había visitado como espectador El Galeón por casi una década. En ese año se estrenaría por primera vez una obra mía en ese espacio sagrado: Perder la cabeza, dirigida por Philippe Amand. Y fue Fermín quien nos recibió cálidamente junto con ese otro veterano maravilloso que fue Jesús Cabello, el jefe de iluminación. Recuerdo que en la cabina habían pegado fotografías de ellos al lado de grandes directores que pasaron por esas tablas: Tadeusz Kantor, Peter Brook, Jerzy Grotowski y un largo etcétera que eran su orgullo