La lucha infinita
Así como hace poco la palabra del año fue “posverdad”, en estos momentos se han vuelto ubicuos términos relacionados con la polarización que parece atravesar a las sociedades occidentales. Por doquier asistimos a la aparición de opciones políticas extremas, y no parece haber punto de encuentro en casi todos los temas trascendentes. Un corolario que resulta evidente es el ascenso al poder de plataformas políticas que hace pocos años no habrían sido siquiera
tomadas en serio, debido a sus discursos abiertamente racistas, xenófobos, misóginos, nacionalistas, etcétera.
De alguna manera, la polarización es la forma de nombrar a lo que antaño se denominaba como lucha de clases, solo que las categorías de los bandos enfrentados son menos nítidas que la burguesía y el proletariado. Sin embargo, una diferencia marcada es que ahí donde la lucha de clases aspiraba a ser resuelta en prácticamente todos los sistemas de pensamiento, la actual división es ampliamente fomentada desde el poder estatal en muchos casos, y los propios ciudadanos la actuamos en distintos espacios públicos, sobre todo virtuales, de manera cotidiana.
Quizá lo anterior se deba en primer lugar a que la concepción de la realidad como lucha interminable entre distintos bandos (que llega a extremos tan ridículos como que incluso grupos dominantes y privilegiados, como los hombres blancos heterosexuales, utilicen el discurso de la discriminación en su contra) otorga a la vida pública una especie de sentido trascendental, principalmente porque tal como se plantea el enfrentamiento, el enemigo (los migrantes, las feministas, etc.) jamás podrá ser del todo derrotado, lo cual dota de un carácter infinito a la lucha. Y por otro lado, la arenga permanente desde el poder estatal funciona también como cortina de humo para desviar la atención de los rasgos más cruentos del ejercicio de dicho poder, y como método propagandístico para postular la falsedad de cualquier dato o suceso que fuera adverso a la fantasía propagada por el propio discurso oficial, consistente en que las cosas marchan de maravilla y toda afirmación en sentido contrario son falsedades esgrimidas por los enemigos del poder.
Sin embargo, en el fondo la polarización ideológica es una consecuencia inevitable de desigualdad económica que, como sabemos, se ha acrecentado brutalmente en las últimas décadas, llegando al ridículo grado actual donde los ocho hombres más ricos del mundo poseen una riqueza equivalente al 50 por ciento de la población mundial, unos 3000 millones de personas. Más bien lo raro sería que tal radiografía económica pudiera milagrosamente producir sociedades medianamente armónicas.
La polarización es la forma de nombrar a lo que antaño se denominaba como lucha de clases