¿Las últimas medallas para México?
No va nada mal, el tema de las medallas de México en los Juegos Panamericanos de Lima. Sobre todo, tratándose de un país en el que las cosas prácticamente nunca se coordinan bien y en el que los eventuales apoyos públicos a las diferentes disciplinas deportivas terminan por diluirse en la devastadora marejada del burocratismo, por no hablar de la corrupción de siempre.
Reino Unido le apostó en su momento al deporte y en los pasados Juegos Olímpicos tuvo unos resultados espectaculares, siendo que no es una nación tan poblada como los Estados Unidos —hablando, justamente, de una potencia deportiva— y que debe competir también con gigantes demográficos de la talla de Rusia y China.
Los antiguos países comunistas —la República Democrática Alemana, la Unión Soviética, Rumania y Checoslovaquia, entre los más destacados— implementaron políticas de Estado dirigidas a apoyar masivamente el deporte. Era una cuestión de prestigio, antes que nada, una manera de demostrarle al resto del mundo los logros del “paraíso socialista” y de probar que el “sistema” fabricaba individuos excepcionales, personas fuera de serie. Fue una gran apuesta, vamos, y resultó muy exitosa en su momento. Ahora mismo, el régimen cubano se vanagloria de sus conquistas deportivas aunque, curiosamente, tengan un desastroso nivel en el balompié, el juego más popular del planeta.
En nuestro vecino país del norte, las universidades apoyan también a los deportistas destacados ofreciéndoles todas las facilidades: becas, ayudas, instructores de primer nivel, etcétera, etcétera. Se trata también de un tema de notoriedad pero enmarcado en otro modelo, el de la simple competencia entre instituciones educativas en un mercado abierto. La receta les funciona, vaya que sí.
Me pregunto si las políticas de austeridad del nuevo Gobierno van a terminar por pasarle factura al deporte mexicano. Por lo pronto, sigue el impulso del pasado.
Me pregunto si las políticas de austeridad van a pasarle factura al deporte mexicano