Gobernar tu tiempo
En política se presenta como un mal congénito el dilema por resolver entre lo urgente y lo importante. Llega a perder sentido la opción porque, en apariencia, todo es urgente y
todo es importante.
Ocurre en muchos ámbitos de la vida: en los negocios aún existe la oportunidad de hacer cálculos y decidir por aquello en donde las cifras den la respuesta mientras que en medicina se arma todo el andamiaje para atenuar los daños colaterales al enfrentar irrenunciablemente una urgencia.
Al hacer política no se inicia de cero. Al tomar la responsabilidad de un cargo público los asuntos ya están en la pista; vienen de frente, en desorden y algunos sangrando. La mayoría de esos asuntos están ungidos de conflicto porque no se previeron ni se condujeron por rutas eficaces.
Cuando un político se dedica solo a las emergencias su carrera es intrascendente y habrá contribuido a que esas urgencias sean infinitas. Si un político de gran visión con proyectos importantes se olvida del fragor diario de las luchas sociales bien pronto le crecerá un monstruo indomable que le impida alcanzar el sueño. Sin gobernabilidad ningún plan cuaja.
La ecuación no la resuelve un superhéroe o un ejecutivo de alta escuela. Es la suma de muchos elementos. Es tarea de profesionales, invadida en muchas áreas por entusiastas voluntarios, funcionarios de ocasión, improvisados o francamente algunos perversos que ingresan al sector público a saciar su interés. Planeación, sólidos equipos de trabajo, disciplina, talento para delegar, visión de largo aliento y muchos atributos más debe ser la armadura de un buen político. Nunca se debe posponer lo importante; aplazarlo es restarle su propia importancia. San Agustín dice: gobernar tu tiempo, te abre tiempo para vivir.