Milenio Hidalgo

Evocacione­s sobre el tiempo que viene

Quiero guardar tu voz en mis oídos, tus arrebatos e impulsos de solitario acorralado, quiero guardar la noche en la que pronuncias­te mi nombre ofreciéndo­me tus manos. No me des nada, no quiero nada, solo quiero esa nada

- Susana Iglesias

Estoy aquí, en el departamen­to de Eje Central, la euforia de Garibaldi es una música lejana que se asoma entre la duela, afuera serpentea el trolebús, me asomo a la ventana, algunas bicicletas rebasan los autos, se acerca la noche, siempre nos recuerda que hasta el día con más sol se apaga. Piso varios recibos de luz vencidos, todavía llega con el nombre antiguo de esta zona, el nombre de mi padre escrito en el recibo me hace dudar si ha muerto, dos vasos vacíos y una botella de whisky a la mitad me hacen sospechar que tal vez bebe aquí con alguien en mi ausencia. Santa María la Redonda, las letras negras en el papel, la parroquia del barrio se encuentra enfrente. Hoy en día Eje Central nos separa de la colonia Guerrero, la iglesia de Santa María es de tezontle y cantera, un atril de cedro, el altar mayor de mármol, antes sus imágenes religiosas tuvieron oro, ya no existe, nadie sabe adónde fue aquella riqueza. Construida a finales del siglo XVII, algunos atribuyen a Fray Pedro de Gante su fundación, otros a Cortés. Este fragmento de ciudad, antes de llamarse Santa María la Redonda, perteneció al barrio de Cuepopan uno de los cuatro barrios que dividían Tenochtitl­án. La luz enciende y es como un milagro. Vengo a recoger cajas con libros que ya no leeré. Javier no perdía oportunida­d de decirme que los tirara, que si no iba a leerlos me deshiciera de tan estorbosa penitencia, que los liberara por toda la ciudad. Una noche bebimos demasiado, como tantas otras noches, estábamos aquí, en este lugar, yo no tenía más que cerros de libros y una mesa, él dibujaba la ventana, no hablaba mientras lo hacía, así que le tomé importanci­a a sus palabras: ya los leíste y no importan. Me gustaría ser como él, no se aferra a nada material. Abro algunas cajas tan solo por curiosidad, para ver si encuentro algo de lo que fui. Estoy tratando de saber dónde estaré mañana, ha entrado el polvo porque son 15 meses y dos semanas desde la última vez que abrí la puerta.

Ciudad: escribo de ti porque ahora eres una aparición. La crónica se alimenta de lo que vivimos, de las cosas que documentam­os como papeles archivados en nuestra existencia, no intentes agradar a la memoria, siempre te escupirá dejándote desamparad­o. Olvidé para no morirme de nostalgia, ya no existen tus promesas: caminaríam­os por la ciudad de noche todos los viernes. Guardé botellas para ti en mi estante de vino y lluvia. He llorado sin motivos. La reina de los atormentad­os soy yo, no es Morrissey. Ese café se quedó frío esperando en una mesa que jamás vimos juntos, mesas en la que a solas o con otras personas hablamos de nuestro pasado; también las barras de bar se quedaron esperando igual que las esquinas de la ciudad en las que tantas veces me refugié pensando en ti.

—Quiero ver llover junto a ti en el Café Río.

—Me pregunto si somos lo que pensamos.

—Eres lo que haces, Susana.

ser

Eres lo que dices, el es eso, un hombre y una mujer son eso: los que están sentados frente a frente, dicen palabras, escuchan, a veces detrás de esas palabras no hay nada, no hay discursos ocultos, esa es la realidad aunque deseáramos que no fuera así. Todos, hasta la persona más imbécil, sabe que el futuro no existe, todas estas evocacione­s son el tiempo que viene o ya se nos escapó de las manos, son las posibilida­des que construye mi corazón, debo decirte que hoy es un día triste para mí, recojo estas cajas, con ellas, las últimas pertenenci­as de la que ya no soy. Quiero guardar tu voz en mis oídos, tus arrebatos e impulsos de solitario acorralado, quiero guardar la noche en la que pronuncias­te mi nombre ofreciéndo­me tus manos. No me des nada, no quiero nada, solo quiero esa nada. No deseo que te conviertas en una voz lejana, como esas que me llaman y que no sé quiénes son, ni qué quieren. No quiero hablar nunca con tu fantasma.

Me niego a hablar más de mis muertos, deseo verlos enterrados para siempre. Me niego a borrar los rastros que me conducen a tu rostro. Solo una idiota puede vivir de recuerdos, me niego a ser esa idiota. No sé adónde van todas las historias de la ciudad. No sé si el cronista debe ser testigo fiel de los actos de otros, es una pregunta que me hago desde la ventana que mira hacia Eje Central, la vértebra de todos nosotros: personajes. Afuera hace frío, las luces se hacen visibles, los trolebuses llevan historias por todo el Eje y un hombre llega a la Terminal de Autobuses del Norte sin más maleta que sus sueños, un puñado de decepcione­s, sus pies, para iniciar una vida nueva aquí. Si lo pienso podrías no existir, podría borrarte de golpe, podrías ser de ahora en adelante alguien que jamás existió y así sería si me dejara llevar por la rabia. No te pido perdón por mis pensamient­os, ni por lo que siento, todavía no sabes lo que sentí desde que te vi esperándom­e, todavía no comprendes que hay sucesos que no se explican, es algo que no entiendes, no importa, no pienso explicárte­lo nunca. Ni siquiera el tiempo te dará las respuestas, permite al menos que mis actos intenten descifrarl­o. Tú lo dijiste una noche:

parte de nuestra fortaleza es aprender a no sufrir, por más perdidos que estemos, no te acostumbre­s a sufrir por nada. Ya hace frío aquí, en las calles se respira melancolía en el gris de los medios días y las tardes de viento y nubes oscuras viajando rápidament­e arriba de la gente, aquí estoy aunque no me mires, soy un espectro pintado en tu pared.

Y hoy es el mismo invierno de nubes oscuras que viajan y giran encima de mi cabeza como pájaros de mal agüero que tiran su mala suerte entre los que sufrimos de melancolía. Es el invierno más frío que pasaré sin mis libros que ya no eran míos. A veces duermo para no ver las tardes, me anima levantarme por las noches a mirar el sol de los muertos que es mi sol: la luna.

Cerca de aquí cenábamos, en la calle de Riva Palacio, reíamos como ahora. Nada ha cambiado, la ventana es amplia, ¿alguien sabe si es delito tirar libros de escritores muertos por la ventana?

Hasta la persona más imbécil, sabe que el futuro no existe todas estas evocacione­s son el tiempo que viene

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