Construir nuevas policías vale la pena
U n fracaso. No se puede decir otra cosa al cumplirse 13 años de guerra contra el narco, o como se llame ahora, si la situación que la provocó sigue igual.
Los saldos en términos de muertos, desaparecidos y lastimados son espeluznantes. Y en lo general la delincuencia organizada goza de cabal salud. Hay que reconocer que son pocos los caminos que se abren hacia adelante, por más amplio que sea el abanico entre los abrazos y los balazos. Solo que, ante esto que parece un callejón sin salida, nos ha gustado más seguir haciendo ruido.
Aunque no sirva de mucho, gritamos demasiado con las declaraciones de Donald Trump y sus nuevos terroristas. Pero aun si cumple su amenaza, solo acabará añadiendo un nuevo ingrediente a esta ensalada venenosa con la que ya nos alimentamos. Ni nuestra paz ni nuestra guerra dependen de ello.
En medio del fracaso sería mejor buscar con seriedad algunas experiencias que, al menos, abran una ventana al optimismo.
Un ejemplo: en los lugares donde se ha trabajado seriamente y de forma coordinada con las corporaciones policiacas, los índices de violencia e inseguridad han bajado y, más importante aún, han permanecido bajo control. Me refiero a las policías estatales, municipales y ministeriales.
El caso Nuevo León es interesante al respecto. Hace 10 años fue el momento más álgido, muy conocido: balaceras, fuegos cruzados, colgados, quemados; policías locales, infiltradas; la ley de plata o plomo operó hasta que algunas corporaciones acabaron trabajando para la delincuencia. Si hace 20 años el área metropolitana de Monterrey era el paraíso de la seguridad, hace 10 era el infierno.
Hubo un esfuerzo importante. Con la ayuda del Ejército se llevó a cabo una depuración, casi una demolición y reconstrucción de las corporaciones municipales y estatales. Mientras tanto, el gobierno estatal empezaba, desde cero y con ayuda de la Federación y la Iniciativa Privada, una nueva policía, Fuerza Civil, con mejores sueldos, reclutada por todo el país y formada en la universidad de ciencias de la seguridad, que poco a poco fue supliendo los patrullajes del Ejército. Los municipios metropolitanos, casi todos, participaron con lo suyo: Monterrey, San Pedro, Guadalupe, San Nicolás y Escobedo, cada uno a su estilo. Algunos han logrado C4 ejemplares; otros, policías de proximidad eficaces. El caso de Escobedo es conocido en todo el país por su modelo de justicia cívica, construido durante años con técnica y con una constancia asombrosa, que ha permitido detectar a tiempo jóvenes delincuentes e impedir que crucen la línea del crimen organizado.
Claro que la guerra no está ganada, ni ahí ni en ninguna parte. Pero aun con altibajos, con momentos de descuido en aspectos particulares, con índices de homicidio y de delitos que a veces vuelven a asustar, en buena parte de Nuevo León no se puede hablar de fracaso.
Perseverar no es fácil para un gobierno. Para empezar cuesta y algunas cosas se tienen que postergar para mantener la mirada en la seguridad. Pero además exige una dosis de humildad política para continuar lo que otros, adversarios políticos, comenzaron.
Instituciones es lo que no hay que mandar al diablo. Al contrario, construirlas y remodelarlas.