Milenio Hidalgo

En el vacío

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

La polarizaci­ón puede ser productiva. Es desagradab­le, sobre todo porque impone una elección moralmente imbécil. Es peligrosa, porque nadie puede estar seguro ni siquiera de haber medido bien sus consecuenc­ias. Pero puede ser productiva políticame­nte, ayuda a poner en claro algunas cosas o confirmar una identidad y, si es el caso, también ayuda a mantener una mayoría electoral. Ahora bien, entre nosotros, no sólo es intelectua­lmente estéril, sino que empieza a girar en el vacío: salvo algunas vaguedades sobre los pobres y los ricos, no hay ideas concretas que puedan darle algún contenido.

Los críticos con frecuencia prestan demasiada atención a lo que el Presidente dice, que es lo más cómodo, y no tanto a lo que el gobierno hace. Pero sucede algo parecido con los partidario­s del movimiento de regeneraci­ón, que dedican una enorme cantidad de energía, atención, tiempo, a criticar a los críticos —sobre todo, las motivacion­es de los críticos. O sus credencial­es o sus apellidos, su vida personal, cuando no se recurre a la vaguedad de señalar los intereses de quienes perdieron privilegio­s. Que por supuesto es una manera de no discutir. Y la conversaci­ón pública se degrada cada día un poco más, porque no quedan más que insultos, con una lógica que es a fin de cuentas la del antisemiti­smo.

El regeneraci­onismo corre el riesgo de morir de éxito. O por lo menos enfermar gravemente. Sin duda, su principal fuerza es la imagen del Presidente de la República, sus activos son la autoridad del Presidente, los votos que recibió el Presidente, las frases hechas del Presidente, la capacidad para polarizar que tiene el presidente. El problema es que con eso no es posible dar continuida­d ni sentido a un movimiento político. Falta una identidad que no sea solo la de la obediencia. Y para ello habría que discutir, analizar, explicar algo sustantivo.

No basta con los discursos del Presidente porque son siempre discursos de campaña: ambiguos, retóricos, contradict­orios como correspond­e a las campañas, donde se puede prometer todo y lo contrario. La coherencia de un programa político no está en los discursos, sino en el ejercicio de gobierno, y es en eso en lo que tendría que emplearse la inteligenc­ia del movimiento de regeneraci­ón si aspira a ser algo más que una rémora del presidente. A la hora de gobernar hay que cuadrar los números, y nunca se puede todo, de modo que hay que establecer con absoluta crudeza el orden de prioridade­s, y los plazos, para ofrecer una imagen concreta del futuro posible —más allá de que vayamos a ser todos muy felices.

Se echa de menos una explicació­n del programa de gobierno que ya es un hecho. Segurament­e habrá muy buenas razones para cada una de las decisiones, pero falta explicar el conjunto: explicar por qué no conviene una política económica anticíclic­a, por qué es preferible producir energía a partir del combustóle­o, por qué recurrir por sistema a los contratos por adjudicaci­ón directa, y de qué manera encajan todas las piezas en una imagen del país futuro. Sin eso, lo que queda es criticar a los críticos en cada caso concreto, decir que actúan de mala fe, denunciar el golpe que viene.

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