En el vacío
La polarización puede ser productiva. Es desagradable, sobre todo porque impone una elección moralmente imbécil. Es peligrosa, porque nadie puede estar seguro ni siquiera de haber medido bien sus consecuencias. Pero puede ser productiva políticamente, ayuda a poner en claro algunas cosas o confirmar una identidad y, si es el caso, también ayuda a mantener una mayoría electoral. Ahora bien, entre nosotros, no sólo es intelectualmente estéril, sino que empieza a girar en el vacío: salvo algunas vaguedades sobre los pobres y los ricos, no hay ideas concretas que puedan darle algún contenido.
Los críticos con frecuencia prestan demasiada atención a lo que el Presidente dice, que es lo más cómodo, y no tanto a lo que el gobierno hace. Pero sucede algo parecido con los partidarios del movimiento de regeneración, que dedican una enorme cantidad de energía, atención, tiempo, a criticar a los críticos —sobre todo, las motivaciones de los críticos. O sus credenciales o sus apellidos, su vida personal, cuando no se recurre a la vaguedad de señalar los intereses de quienes perdieron privilegios. Que por supuesto es una manera de no discutir. Y la conversación pública se degrada cada día un poco más, porque no quedan más que insultos, con una lógica que es a fin de cuentas la del antisemitismo.
El regeneracionismo corre el riesgo de morir de éxito. O por lo menos enfermar gravemente. Sin duda, su principal fuerza es la imagen del Presidente de la República, sus activos son la autoridad del Presidente, los votos que recibió el Presidente, las frases hechas del Presidente, la capacidad para polarizar que tiene el presidente. El problema es que con eso no es posible dar continuidad ni sentido a un movimiento político. Falta una identidad que no sea solo la de la obediencia. Y para ello habría que discutir, analizar, explicar algo sustantivo.
No basta con los discursos del Presidente porque son siempre discursos de campaña: ambiguos, retóricos, contradictorios como corresponde a las campañas, donde se puede prometer todo y lo contrario. La coherencia de un programa político no está en los discursos, sino en el ejercicio de gobierno, y es en eso en lo que tendría que emplearse la inteligencia del movimiento de regeneración si aspira a ser algo más que una rémora del presidente. A la hora de gobernar hay que cuadrar los números, y nunca se puede todo, de modo que hay que establecer con absoluta crudeza el orden de prioridades, y los plazos, para ofrecer una imagen concreta del futuro posible —más allá de que vayamos a ser todos muy felices.
Se echa de menos una explicación del programa de gobierno que ya es un hecho. Seguramente habrá muy buenas razones para cada una de las decisiones, pero falta explicar el conjunto: explicar por qué no conviene una política económica anticíclica, por qué es preferible producir energía a partir del combustóleo, por qué recurrir por sistema a los contratos por adjudicación directa, y de qué manera encajan todas las piezas en una imagen del país futuro. Sin eso, lo que queda es criticar a los críticos en cada caso concreto, decir que actúan de mala fe, denunciar el golpe que viene.